viernes, 11 de noviembre de 2011

Visitando el Chaco argentino

Para llevar adelante mi proyecto de servicio cristiano cursaba las materias que me preparaban para servir al Señor en las misiones transculturales, estudiaba la estrategia adecuada para ganar almas de distintas etnias, con un trasfondo cultural y religioso distinto a aquel en el cual habia crecido y me habia educado. Sentìa lo que consideraba un llamado al mundo musulmàn, a la cultura àrabe.
Como integrante del Area misionera de la iglesia y sirviendo a Cristo en Misiones Mundiales en la ciudad de Còrdoba, pronto formè parte de un equipo misionero, bajo el liderazgo de Jonatan Lewis. Estudiaba Misionologìa y discipulaba a la vez a los jòvenes. Claro que todo era eminentemente teòrico,con miras a salir al campo en un tiempo que veìa cada vez màs lejano.
Me consolaba leyendo la historia del apòstol Pablo, èl se habia preparado durante catorce años antes de emprender sus viajes misioneros.
Entendì que me era necesario primero una pràctica evangelìstica con algùn grupo aborìgen dentro de mi paìs.
Comencè a orar por las distintas etnias que poblaban el territorio argentino, especialmente por los tobas. Estudiè su historia, sus costumbres, tradiciones, su religiòn y su cultura.
Al finalizar el perìodo lectivo, en diciembre de 1988, decidì emprender un viaje al Norte, a la Pcia. del Chaco, donde habìa un importante asentamiento de aborìgenes tobas.
Contaba con la aprobaciòn de los lìderes de la iglesia, del coordinador del equipo misionero de Misiones. Aprovecharìa el viaje para estudiar la aplicaciòn del sistema Lamp para aprendizaje de lenguas vernàculas.
Mi familia me apoyaba, serìan sòlo dos semanas.
Debìa emprender un viaje en tren, largo, extenuante, cruzando la Pcia. de Santa Fe, hasta Resistencia, capital de la pcia. del mismo nombre, desde allì a Pres. Roque Saenz Peña, donde existìa una importante reserva toba.
Para solventar en parte los gastos llevaba un pesado bolso conteniendo biblias y literatura cristiana para la venta, era colportora de Sociedades Bìblicas.
La ofrenda de un hermano en la fe, director del Instituto Biblico Còrdoba y colega, màs algunos ahorros personales me permitirìan cubrir los viàticos, pasajes, etc.
Mi esposo y mis hijos me acompañaron a la estaciòn ferroviaria, ellos estaban tan entusiasmados como yo ante la perspectiva de mi viaje.
Despuès de largas horas lleguè a Resistencia, llevaba la direcciòn de un lìder toba, y una carta de presentaciòn.
Tuve una buena acogida y despuès de descansar unos dias en la casa de la familia aborìgen que me hospedò emprendì la segunda parte del viaje hacia Roque S Peña.
A medida que me alejaba del centro urbano y entraba en la zona reservada a los nativos la situaciòn se complicaba. El calor era insoportable, mas de 30°, los mosquitos y los jejenes, màs algunos insectos propios de la zona, parecìan deleitarse sobremanera con "la sangre dulce de la porteña", como decìan divertidos los chaqueños.
No me resultò fàcil ganarme la confianza de los lugareños, no era comùn que una mujer sola llegara hasta ellos.
Entonces entendì la primera lecciòn, la de los roles. Lo habia estudiado en los manuales misioneros, ahora me enfrentaba con la situaciòn real.
Quièn era yo? A què venìa? Estaba la carta...claro, pero mucho no decìa.
Ahora comprendìa y aplicaba todas las teorìas y todos los consejos. Pero me daba cuenta de que lo màs importante era orar para pedirle a Dios su guìa y muy especialmente su protecciòn.
La familia que me hospedò estaba constituìda por Ambrosio Lòpez, su esposa Rosa y sus cuatro hijos. El era hermano del cacique Eugenio y su representante ya que el jefe toba padecìa una hemiplejìa y estaba postrado, habìa perdido el habla luego de un ataque de paràlisis que lo afectaba desde hacia unos meses, al regreso de un viaje a Estocolmo, como representante de la etnia toba, llevado por misioneros suecos de la iglesia evangèlica europea que sostenìa una misiòn en el Chaco argentino desarrollando una importante labor evangelìstica y de ayuda social.
Cada dia era una aventura, plena de cosas nuevas, algunas agradables, otras no tanto.
El barrio toba quedaba en las afueras de la ciudad, eran viviendas muy sencillas, de material tradicional, pisos de tierra o cemento alisado, techos de chapa, aberturas sin puertas ni ventanas, con instalaciones sanitarias rudimentarias, agua potable provenientes de pozos y extraìda manualmente.
El gobierno habìa reemplazado asì los ranchos de adobe y paja primitivos y para la gente toba aquello era un progreso edilicio apreciable.
La casa estaba rodeada de un terreno amplio, aunque los propietarios no lo cultivaban.
Ambrosio y Rosa eran empleados municipales y sus hijos concurrìan a la escuela primaria, enclavada en medio del barrio, donde se hablaban las dos lenguas, español y toba.
En las cercanìas habitaban tres grupos bien definidos: los tobas, los gringos, y los criollos.
Los primeros eran de raza pura, orgullosos de su ascendencia, gente muy bien constituìda fìsicamente, altos, de piel cobriza. Los gringos eran los europeos, que tenìan actividades comerciales, o cultivaban la tierra, plantaciones de algodòn, frutales y hortalizas, respetados por los aborìgenes eran los que los empleaban para la recolecciòn de sus productos o para las tareas domèsticas.
Los criollos eran mestizos, despreciados por los aborìgenes. Vivìan marginalmente y no estaban integrados ni a los tobas ni a los gringos.
Ambrosio ejercìa su liderazgo como cacique suplente, ello implicaba resolver algunos conflictos del grupo, aconsejar y tomar determinaciones.
Casi todos pertenecìan a una iglesia pentecostal con una membresìa importante.
Tal como habìa estudiado en los manuales de Misiones Mundiales, ellos tenìan las claves secretas de su cultura a las cuales no me era posible llegar en tan poco tiempo, o tal vez nunca.
Puede que me mostraran lo mejor de sus costumbres, de sus actividades o creencias.
Me destinaron una habitaciòn amplia, con muebles muy sencillos, una gran cama con sàbanas blancas, una silla y una mesita.
Cada noche yo escribìa un diario con las experiencias vividas en la jornada; los chicos ,curiosos ,me espiaban desde la abertura que hacia las veces de ventana, cubierta apenas por una cortina de tela.
Mi presencia los divertìa, apenas contenìan las risas y hablaban en voz muy baja, preguntàndose sin duda què hacìa yo y a què habìa venido.
Por la mañana, mientras me desayunaba a la sombra de un frondoso àrbol en el patio, los chicos me rodearon. Yo habìa llevado una caja de leche en polvo y edulcorante en pastillas, màs algunos sobres de tè, de ese modo solucionaba mis meriendas. Le convidè a uno de los niños y aparecieron de todos lados, era como si brotaran de las tierra, pidièndome: a mì hermana...a mì!. Aquello era para ellos una colaciòn màgica. Entonces les indiquè formar fila y pronto se hizo una larga cola, el entusiasmo era muy grande, una fiesta. Alcanzò para todos. Y yo me ganè sus corazones.
Màs tarde, buscando entender el tema de los roles, les preguntè: Quièn dicen ustedes que soy yo?. Unos segundos de duda y luego casi a coro respondieron: una doctora! Algunos muy tìmidamente agregaron: una maestra. Nadie dijo una misionera o una evangelista. Què desilusiòn para mi!
Estaba claro, sin embargo, vestìa ropa blanca, para no atraer los insectos y atenuar el calor, eso lo habìa aprendido leyendo algunos libros sobre el tema antes de partir, preparaba brebajes endulzados quìmicamente. Los chicos estaban muy acertados en su clasificaciòn. Era una doctora, un mèdico.
Decidì hacer algunos ajustes a mi conducta.
Luego descubrì que aquello de convidar con leche a los niños era un error o un papelòn misionero, como dice Luis Palau, casi grave. Ambrosio me explicò que para los tobas la leche es un veneno. Ellos creen que cuando a los chicos se les alimenta con leche desde temprana edad pueden morir. Desde Suecia enviaban grandes cargamentos de leche en polvo en barcos, que ellos se negaban a consumir.
Uno de los problemas de salud màs importantes en la gente toba es justamente la carencia de calcio. Asì se nota que en la edad adulta, ya desde jòvenes, pierden sus dientes, y tienen problemas en su constituciòn òsea, con algunas deformaciones en las piernas y en los pies.
Otra lecciòn para mi, seguir el consejo de Jesùs cuando envìa los setenta misioneros: "No llevèis bolsa, ni alforja...En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante" (S.Lucas10:4-8).
Tantas veces me arrepentìr de haber llevado el pesado bolso con biblias para vender y mis alimentos envasados.
El bolso era objeto de curiosidad y sospechas de parte de los lugareños, seguramente pensaban: qué traerà la hermana en ese bolso? Serà una vendedora? Los alimentos envasados tal vez significaban un rechazo a sus comidas.
Decidì desde ese momento abrir el bolso y comenzar a regalar algunas biblias a mis anfitriones, esperar el momento en que ellos desayunaban, compartiendo los mates amargos, acompañados de grandes tortas fritas, olvidàndome de mi dieta hipocalòrica. Ahora sì...era casi una misionera! Me estaba ganando la confianza de mis amigos tobas.

Toda la familia dormìa a la intemperie, sobre colchones sin sàbanas. Una noche me invitaron a descansar en el patio y fue una experiencia hermosa, corrìa un aire fresco, bajo un cielo estrellado y luminoso.
Escribir las cosas que vivì en el barrio toba, las reuniones en la iglesia cristiana, su mùsica, sus canciones, me demandarìa varios capìtulos.
Antes de emprender el viaje habìa leìdo un libro muy interesante escrito por una misionera cristiana, Montes de Oca, "Mi Dios y mis tobas".
Creo que bien merece esta maravillosa gente no sòlo una pàgina en un blog, si no otro libro, al cual yo llamarìa "Un señor llamado Toba".