Desde muy pequeña buscaba la respuesta a dos preguntas existenciales: De dónde vengo? y Adònde voy? Mi hermana me acompañaba en las consideraciones y las dos acudíamos a nuestra madre; ella, si bien no tenía profundos conocimientos filosóficos o religiosos, era creyente y nos enseñó desde muy temprano a reconocer la existencia de un Creador a quien respetar y obedecer. Su madre era cristiana pero seguidora de líderes religiosos que apoyaban la doctrina de la reencarnación, de la posibilidad de consultar a los muertos y otros sincretismos. En casa había algunos libros de la abuela Victoria que trataban esos temas, escritos por un filósofo alemán, mi madre los consultaba de vez en cuando. En la escuela recibíamos educación católica, Religión era materia obligatoria. Cuando comenzaba cada periodo lectivo pasaba una catequista o un sacerdote por las aulas de la escuela y preguntaba quiénes aùn no habían tomado la primera comunión; yo hubiera querido que me tragara la tierra cuando debía levantar la mano o ponerme de pie y soportar las miradas asombradas de mis compañeros; mamà no nos daba mayores explicaciones, por lo tanto decidimos con mi hermana tomar clases de catecismo en la parroquia del barrio, la iglesia Santo Domingo; no nos perdíamos sábado, eran tardes maravillosas de juegos, música, cine, compartiendo un gran vaso de chocolate caliente con masas en invierno y helados en verano; allí, mientras escuchábamos los principios de la doctrina católica, ganábamos nuevos amigos y algunas figuritas "difíciles", dando vueltas a los libritos de catecismo, con la silenciosa complicidad de la catequista. Después de un recreo venía la película de aventuras o de misterio, El Zorro, El llanero solitario; luego de media hora y cuando el suspenso había llegado al punto culminante, la pelìcula se cortaba, se encendían las luces y...hasta el próximo sábado! Imposible faltar. Cuando terminaba el curso, en diciembre, llegaba el momento de la ceremonia, una ocasión muy especial, con fiesta familiar y hermosos trajes blancos, velo, guantes, rosario y misal con tapas nacaradas... imposible! Mi madre no quería o no podía hacer ese gasto, estaba fuera de su presupuesto. Al año siguiente cambiábamos de parroquia, esta vez era la San Francisco, todo a cero! Mejor casi, nuevamente las películas en series, los juegos, las tardes sabatinas compartidas con amigos que estaban en la misma situación. Así llegamos a sexto grado sin haber cumplido con los sacramentos católicos. Mi hermana tuvo más suerte que yo, finalizó la primaria en una escuela de monjas del barrio, en la calle Paseo Colón, Hogar Maternal N°4; las religiosas le prestaron un lindo vestido blanco, un rosario y el velo, pudo recibir la primera comunión. Yo la tomé una semana antes de casarme, a los veinticuatro años, con el cura de la parroquia de Colón, don Ezio Bianchi, a quien muy bien pude llamar padre, porque fue mi padre espiritual y mi consejero en ese momento tan importante de mi vida. Había hecho un paréntesis espiritual de varios años, y lo peor era que las dos preguntas de mi niñez aún esperaban la respuesta.
EL PARENTESIS: Finalicé la educación primaria sin recibir el sacramento de la primera comunión. Cuando cursaba segundo año mi hermana terminaba la escuela elemental en un colegio religioso; un día vino a mi para compartir una invitación que le había hecho la madre superiora, le proponía ingresar como novicia cursando a la vez el secundario, tendría una beca importante y todos los gastos cubiertos hasta terminar el magisterio o bachillerato; luego, con dieciocho años, estaría en condiciones de hacer los votos de consagración y ejercer una profesión dentro de la orden, tal vez como maestra normal. Ella estaba muy entusiasmada, quería estudiar y sentía una vocación de servicio. La religiosa le había dicho que podía entrar también yo. Me pareció una idea maravillosa. En casa había problemas económicos, mi padre había perdido su empleo en la construcción naval y como artesano ganaba poco, además habían nacido mis hermanitos Luis y Sara. Entrar en el convento significaba asegurarnos la continuación de los estudios y cumplir con lo que yo también sentía como un llamado, servir a Dios. Después de considerar el asunto decidimos hablar con mi madre para pedirle la autorización y... gran desilusión! apenas si nos escuchó y dijo: "...NO! jamás permitiré que mis hijas se hagan monjas!" Y basta. Entonces le pedimos permiso a mi padre, él había sido educado en un colegio jesuítico en Entre Ríos y tenía hermosos recuerdos del tiempo pasado allí; nos escuchó atentamente, aprobaba el proyecto y nos prometió hablar con mamà. No pudo convencerla; finalmente un poco apesadumbrado nos dijo: "no quiere saber nada, no puedo firmar la autorización, ella manda chicas". Yo acepté la situación, mi hermana quedó muy triste y un poco enojada. La madre superiora llamó a mi mamà y la habló largamente, le dijo de la vocación que veía en nosotras, de las ventajas y la posibilidad de consagración como elección, sin obligación, al llegar a la mayoría de edad, pero no pudo hacerla cambiar de decisión, la respuesta fue: NO.
Mi hermana comenzó sus estudios en la Escuela de Comercio N°6 donde yo ya cursaba la carrera para obtener el título de Perito Mercantil Nacional. El plan de estudios tenía como materia obligatoria Religión para los católicos y Moral para los que profesaban otra religión, judíos, musulmanes, protestantes; nos anotamos en Religión y por supuesto estábamos entre las mejores alumnas y nuestras notas en esa materia eran siempre DIEZ.
Antes de comenzar la jornada escolar entrábamos, casi todos los días, a la iglesia Santa Rosa de Lima, situada en las cercanías de la escuela, en Belgrano y Pichincha. Yo era devota de la virgen Santa Teresita, y ante ella me arrodillaba para encomendarle el éxito de mis estudios y de las pruebas escritas o exámenes. Cuando terminé el ciclo secundario Lola estaba en tercer año. Entonces mis padres decidieron el traslado a la ciudad de Colón y allà iniciò una nueva etapa; un paréntesis que duró varios años en cuanto a la vocación religiosa. Allá comenzamos a trabajar, nos pusimos de novias. Cuando me casé muy enamorada de mi esposo, y tuve hijos pensé: mi madre tenía razón, hubiera sido una mala monja. Ahora era muy feliz, claro que las dos preguntas que me hacía desde niña aún no tenían respuesta: de dónde vengo? y adónde voy? Seguía en la búsqueda, pasaría aún mucho tiempo hasta entender que lo que buscaba era la reconciliación con mi Creador y la seguridad de la Salvación, un Camino iniciado en los primeros años de mi vida, sin saberlo, hacia la Luz; mi hermana me acompañaba y más adelante…Oh maravilla! se nos unían nuestros padres y hermanos. El paréntesis se cerraba, pero quedaba aún mucho por andar.
EL PARENTESIS: Finalicé la educación primaria sin recibir el sacramento de la primera comunión. Cuando cursaba segundo año mi hermana terminaba la escuela elemental en un colegio religioso; un día vino a mi para compartir una invitación que le había hecho la madre superiora, le proponía ingresar como novicia cursando a la vez el secundario, tendría una beca importante y todos los gastos cubiertos hasta terminar el magisterio o bachillerato; luego, con dieciocho años, estaría en condiciones de hacer los votos de consagración y ejercer una profesión dentro de la orden, tal vez como maestra normal. Ella estaba muy entusiasmada, quería estudiar y sentía una vocación de servicio. La religiosa le había dicho que podía entrar también yo. Me pareció una idea maravillosa. En casa había problemas económicos, mi padre había perdido su empleo en la construcción naval y como artesano ganaba poco, además habían nacido mis hermanitos Luis y Sara. Entrar en el convento significaba asegurarnos la continuación de los estudios y cumplir con lo que yo también sentía como un llamado, servir a Dios. Después de considerar el asunto decidimos hablar con mi madre para pedirle la autorización y... gran desilusión! apenas si nos escuchó y dijo: "...NO! jamás permitiré que mis hijas se hagan monjas!" Y basta. Entonces le pedimos permiso a mi padre, él había sido educado en un colegio jesuítico en Entre Ríos y tenía hermosos recuerdos del tiempo pasado allí; nos escuchó atentamente, aprobaba el proyecto y nos prometió hablar con mamà. No pudo convencerla; finalmente un poco apesadumbrado nos dijo: "no quiere saber nada, no puedo firmar la autorización, ella manda chicas". Yo acepté la situación, mi hermana quedó muy triste y un poco enojada. La madre superiora llamó a mi mamà y la habló largamente, le dijo de la vocación que veía en nosotras, de las ventajas y la posibilidad de consagración como elección, sin obligación, al llegar a la mayoría de edad, pero no pudo hacerla cambiar de decisión, la respuesta fue: NO.
Mi hermana comenzó sus estudios en la Escuela de Comercio N°6 donde yo ya cursaba la carrera para obtener el título de Perito Mercantil Nacional. El plan de estudios tenía como materia obligatoria Religión para los católicos y Moral para los que profesaban otra religión, judíos, musulmanes, protestantes; nos anotamos en Religión y por supuesto estábamos entre las mejores alumnas y nuestras notas en esa materia eran siempre DIEZ.
Antes de comenzar la jornada escolar entrábamos, casi todos los días, a la iglesia Santa Rosa de Lima, situada en las cercanías de la escuela, en Belgrano y Pichincha. Yo era devota de la virgen Santa Teresita, y ante ella me arrodillaba para encomendarle el éxito de mis estudios y de las pruebas escritas o exámenes. Cuando terminé el ciclo secundario Lola estaba en tercer año. Entonces mis padres decidieron el traslado a la ciudad de Colón y allà iniciò una nueva etapa; un paréntesis que duró varios años en cuanto a la vocación religiosa. Allá comenzamos a trabajar, nos pusimos de novias. Cuando me casé muy enamorada de mi esposo, y tuve hijos pensé: mi madre tenía razón, hubiera sido una mala monja. Ahora era muy feliz, claro que las dos preguntas que me hacía desde niña aún no tenían respuesta: de dónde vengo? y adónde voy? Seguía en la búsqueda, pasaría aún mucho tiempo hasta entender que lo que buscaba era la reconciliación con mi Creador y la seguridad de la Salvación, un Camino iniciado en los primeros años de mi vida, sin saberlo, hacia la Luz; mi hermana me acompañaba y más adelante…Oh maravilla! se nos unían nuestros padres y hermanos. El paréntesis se cerraba, pero quedaba aún mucho por andar.