El 2001 fue para muchos un tiempo de crisis, sobre todo para mis connacionales y para mi paìs, Argentina.
Algunos pueden pensar que es fàcil contar anècdotas y viajes desde lejos, tal vez hasta sientan cierto resentimiento, mezcla de envidia y odio, por los que se "escaparon" antes de que todo se hiciera pedazos, proyectos y recuerdos, realidades y fantasìas. Sin embargo no es tan asì, a veces juega en las vidas la suerte o el destino, o tal vez una intervenciòn providencial que nos empuja fuera del caos. Sea como sea, mi familia se alejò del derrumbe mucho antes; en el 2000 estàbamos ya todos afincados en Europa, con otras crisis, otros proyectos, otras situaciones, construyendo nuevas realidades, otra historia para todos y para cada uno.
Mi hijo Carlos nos habia precedido y en ese tiempo habitaba en Hungrìa con su esposa Eszter, la bellìsima muchacha hùngara que lo enamorò en Còrdoba y lo llevò a su paìs. Recuerdo que en el dia de su boda, sus amigos de la universidad le regalaron una torta con una decoraciòn muy simpàtica: una linda magyar rubia que capturaba un indìgena argentino y lo llevaba consigo en una embarcaciòn con la bandera hùngara. Desde ya la magyar era mi nuera y el aborìgen mi hijo.
Serìa difìcil decir hasta que punto fue un rapto y hasta dònde el capturado era tal o a la inversa.
Cosas de la juventud, aventuras y realidades enlazadas en una hermosa historia de amor. Pero esto serìa mejor que lo escribieran ellos y no yo, aunque de alguna manera me involucrò y me brindò la oportunidad de vivir la maravillosa experiencia de un viaje inolvidable a Budapest.El 30 de marzo del 2001 partì desde Venezia rumbo a Hungrìa en tren.
En el pasaje se lee: Venezia S.Lucia - Budapest Keleti - cucceta C6- Posto 21.22-Tren 241-Donna. Non fumatori. 2-431-86.
El tren parte a las 20 de Vicenza, llega a las 21 a Mestre, Veinte minutos màs tarde sale para Keleti. El viaje ha de durar diecisèis horas. Carlos me manda un mail con estos datos: 1 dòlar=290 forint (£150) y el nùmero del tèlefono de la oficina donde trabaja Eszter, junto al de su casa en Budapest.
Cuando estudiaba en el Instituto Bìblico Còrdoba, el profesor de Misionologìa, Jonatan Lewis, nos decia siempre que el misionero debia viajar con un equipaje que no superara los veinte kilos.
Esta era para mi una experiencia transcultural importante que completarìa mi formaciòn como misionera, ahora entendìa lo acertado de los consejos de mis maestros y hasta podìa hacer una correcciòn: en vez de veinte serìa mucho mejor una mochila con no màs de diez kilos.
Salì del departamento que ocupaba en V.Casermette en Vicenza arrastrando una valija con quince kilos, que a pesar de las rueditas parecìa pesar un quintal.
Por fortuna desde ese mismo momento Dios me mandò sus àngeles. Dos jòvenes senegaleses, vecinos de mi piso, acarrearon el equipaje hasta la calle. Allì, por una bendita casualidad, me crucè con otro vecino amable, Paolo Giaretta, un italoargentino que residìa en el mismo edificio, quien se ofreciò a llevarme en su auto hasta la estaciòn ferroviaria; mi hijo mayor, Fernando, habia prometido su ayuda, pero se demoraba demasiado y no quise arriesgarme. Cuando ya estaba en la estaciòn èl apareciò en un taxi, lo habia esperado toda la tarde en vano. Claro que de todos modos le agradecì su presencia, aunque algo tardìa, porque no era fàcil moverse con la valija buscando el andèn desde el cual partirìa el tren, ubicar el asiento, colocar el pesado equipaje en la bandeja superior y esperar la orden de partida. La ayuda de mi hijo me permitiò aguardar el momento con cierta serenidad. El arribo a Venezia estaba previsto para las 20.55, justo a tiempo para tomar el otro que me llevarìa a Hungrìa y que partirìa a las 21.22. Mientras me despedìa de Fernando no pude evitar un momento de angustia, hubiera querido que me siguiera hasta S.Lucia, luego recordé otra lecciòn de mis manuales misioneros: una misionera debe aprender a moverse sola, caso contrario yo no serìa màs que una turista, peor aùn, una mujer desprotegida que tiene miedo de viajar! eso significarìa para mì un aplazo en un examen muy importante, una experiencia transcultural a un lejano pais del este europeo. Elevè una plegaria interior, agradeciendo a Dios la oportunidad de visitar a mis hijos, conocer Budapest y ampliar mis conocimientos culturales, pidièndole que en todo momento me permitiera servirlo con gracia y eficacia. Despedì a mi hijo, y mientras esperaba que el tren se pusiera en movimiento abrì mi biblia en el libro de Isaias y leì el verso 20 del 10° capìtulo: "Acontecerà en aquel tiempo, que los que hayan quedado de la casa de Jacob, nunca màs se apoyaràn en el que los hiriò, sino que se apoyaràn con verdad en Jehovà...". No sabìa si serìa una misionera, una turista o una madre que visitaba a sus hijos en Budapest, tal vez las tres cosas a la vez, pero habia decidido apoyarme en Dios, sentìa que necesitaba como nunca su guia y protecciòn. Me esperaba un largo viaje y mil peripecias.
Un problema serio! Cuando bajè en la estaciòn de S.Lucia el tren que debìa llevarme a Budapest ya habia partido; me habia equivocado, aunque en el pasaje decìa S.Lucìa tendrìa que haber descendido en Mestre, còmo podìa adivinarlo? Otra vez arrastrando la valija por las escaleras, buscando el andèn, y una vez màs un àngel que me ayuda, un joven que me lleva el equipaje y amablemente me conduce a la oficina de recepciòn para viajeros donde la empleada luego de escucharme me aconseja tomar el tren que partirìa en pocos minutos hacia Trieste, con algo de suerte tal vez alcanzarìa el tren a Budapest. Me servirìa el mismo boleto. Si lo perdìa, tendrìa que esperar otro vehìculo que salìa al dia siguiente y llegarìa a Hungrìa a las 21. Eso significaba pasar la noche en algùn hotel de las cercanìas.
Trato de serenarme, encuentro al jefe del tren a Triestre y le explico mi problema, promete ayudarme, èl me dirà cuàndo debo bajar, desde allì tomarè un taxi hasta la estaciòn Villa Opicina, el hombre llama con su telèfono celular al encargado del tren a Budapest y le pide que me espere. Podìa yo dudar de quièn era mi Ayudador? Agradezco y emprendo el viaje en auto. Sucede todo como estaba previsto, llego a Villa Opicina, el tren me està esperando, y sigo viaje.
Me ubico en una cucheta que a pesar de ser estrecha me parece el lugar màs confortable del mundo, me estiro y quedo dormida. No tengo tiempo para angustias ni miedos, no sè en què idioma me saludaràn cuando despierte, ni quienes van conmigo en el compartimiento, el cansancio me vence.
A las cinco un policìa entra en el camarote, enciende las luces, grita algo en una lengua desconocida y alcanzo a entender el consabido: Passaport!
Dos horas màs tarde el tren se detiene, miro por la ventanilla y leo un cartel sobre el andèn que dice: Koprivnica (Kroazia), me bajo del lecho, me acomodo en un asiento, otra vez me piden los documentos, en las dos ùltimas horas ya me lo solicitaron tres veces.
En la cabina viaja una muchacha que aùn duerme en el lecho superior. Ella jamàs contestò ni mostrò ningùn documento. Me pregunto si serà una clandestina. Tal vez no, aunque nadie la molesta ni la despierta.
Desde que aclarò el paisaje es otro. Me recuerda la meseta bonaerense argentina. Cruzamos algunos pueblos donde se ven casas humildes, autos viejos, gente mal vestida, con bolsas de plàstico en vez de valijas o bolsos de viaje. Grandes extensiones de campo, pocas fàbricas. Seguramente aùn estamos en Croacia.
Ahora si, tengo tiempo para observar el tren, se ven cartelitos escritos en varios idiomas, ruso, italiano o francès, poco inglès. No puedo evitar un pensamiento negativo, serà mejor que busque serenarme. Miro por la ventanilla otra vez, las casas tienen techos de tejas, inclinados de una manera especial, seguramente por la nieve. Se observan grandes extensiones cultivadas. No se ven animales, ni siquiera perros, ni aùn en las estaciones.
El tren se detiene, un cartel anuncia Gyèkènyes, pasan chicos con bolsos donde se lee: Billa Ma, me acuerdo del Billa de mi barrio, allà en Vicenza, es una cadena internacional de mercados. Ma quiere decir "Hoy" en hùngaro, allà en Italia dice BillaOggi, estoy aprendiendo una nueva lengua!.
Ya estamos en suelo magyar, toda la gente es rubia, algo me llama la atenciòn, los hombres son muy guapos, altos, de muy buen porte, se parecen mucho entre sì, es màs, parecen clonados. Tantas cosas que habia leìdo, tantas historias conocidas a travès de pelìculas, ahora empezaba a entenderlas, comenzaba a ver gente distinta, a escuchar otros acentos, estaba viviendo una experiencia transcultural ùnica.
Son las 7.30, otro Kontrol! Y van màs de diez desde que salimos de Italia. Es un tren interurbano, se detiene en cada pueblo, y en cada estaciòn suben los inspectores, golpean fuertemente la puerta del compartimiento y vociferan. Passport! Dokument! Espero que no me pidan el pasaje que me retirò, de manera no muy amable, el encargado del tren en Triestre, con algunas palabras en alemàn que no comprendì.
En el compartimiento vecino viaja un grupo de jòvenes italianos, rien, hablan en voz alta, escucharlos me hace bien, si no fuera por esto podrìa creer que este tren me lleva a un campo de concentraciòn.
Poco despuès, se repite el abordaje, Passport!, ahora me revisan la valija minuciosamente, son dos militares que hablan alemàn, al retirarse me saludan , Gracias! Adios! No sòlo entiendo sino que hasta puedo responderles en su lengua, Danke schon!, Auf Wiedersehen!, sonrìen con simpatìa, recuerdo algunos relatos de una tortura que empleaban los rusos con sus prisioneros de guerrra, los despertaban continuamente. con òrdenes y gritos, para no permitirles dormir sin sobresaltos.
Esta vez la muchacha que viaja acostada arriba les muestra su carta de identidad italiana, desde ya que no es una clandestina. Se va normalizando la situaciòn. Seguramente dormir mal y algo de hambre me hacen fantasear.
Busco en mi bolso los sandwiches que me preparè en Italia, como con mucho gusto y bebo agua mineral. Ahora me siento mejor. Trato de dormir, leo y medito. Me entretengo mirando el paisaje por la ventanilla.
A la hora prevista arribamos a Hungrìa.
En la estaciòn de Keleti me esperan Carlos y Eszter. Un hermoso reencuentro. Una linda recepciòn. Comienza un tiempo maravilloso de sorpresas y alegrias. Un mundo nuevo. Gracias, Dios!!