viernes, 24 de junio de 2011

Una prueba

Han pasado muchos años , màs de treinta, y aún no puedo evitar el sentir cierto temor cuando recuerdo hechos acaecidos en mi vida en el tiempo del gobierno de tiranía militar. Varias veces quise escribir sobre esto pero desistí, me contuvo la idea de que en algun momento pueda volver la persecución, el terror, la injusticia.

En aquel tiempo yo prestaba servicios como docente en la Escuela Nacional de mi ciudad.
Una mañana el director me llamó a su despacho, algo que no era habitual. Una vez frente a él, me extendió una circular y me dijo: "Quiero que lea la nota que recibí hoy."

En la misma se solicitaba a las autoridades escolares presentar una lista del personal del establecimiento que perteneciera a grupos religiosos considerados ilegales por decreto gubernamental, especialmente a los llamados “Testigos de Jehová”.

Firmaban al pie representantes de la Junta Militar. Decìa: Buenos Aires, julio de 1978.

"Yo se -dijo el hombre- que Ud. forma parte de ese grupo, sin embargo no la voy a denunciar, sólo le pido que no comente esto y le agradezco que cante el himno en los actos patrióticos y salude la bandera nacional, cosas que su religión le prohibe, a fin de no comprometerme."

Me retiré en silencio, agradeciéndole su reserva pero firmemente decidida en mi interior a no claudicar ni negar mis principios. Nadie me prohibía nada. Era respetuosa de los valores civiles pero no me consideraba obligada a rendir homenajes ni culto a nadie ni nada que no fuera exclusivamente mi Dios, había un mandato bíblico al respecto: “...No te harás imagen...No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...” (Éxodo 20:5).

Poco después se celebraba un día patrio, el director me llamó a su lado presidiendo el grupo de docentes que ocupaba un sitio de honor al frente del alumnado reunido en el patio de la escuela. Tal vez quería comprobar mi acatamiento a las órdenes militares.

Permanecí en actitud de respeto pero sin reverenciar los símbolos patrios. Había pasado la prueba. Nadie me denunció, no me persiguieron. Entretanto llegaban noticias desde Buenos Aires de detenciones de líderes religiosos. Hoy se sabe que muchos de ellos, considerados subversivos, fueron arrojados al Río de la Plata desde aviones militares y forman parte de los “Desaparecidos”, como los llama la prensa internacional.

Mi país cambió, yo también. Ya no formo parte de ningún grupo o secta religiosa. Me afirmé en mi fidelidad a Dios sin prohibiciones ni miedos. Me siento libre, para adorar al Dios que elegí y para respetar a mi patria sin necesidad de reverencias impuestas.

Luego de muchos años me encontré casualmente con el director de la escuela. Nos saludamos con alegría y recordamos viejos tiempos. No hablamos de cosas tristes. Puede que aún el tema de las persecuciones militares para Hugo y para mi, fuera un tema tabù. Recuerdos que hoy forman parte del “Nunca más”.

jueves, 23 de junio de 2011

Desaparecidos

Aùn siento temor, a pesar de los años transcurridos al recordar los momentos vividos, el peligro y la posibilidad de ser una màs del grupo de "los desaparecidos", como suele llamarlos la prensa internacional.
Una mañana, el director de la Escuela Nacional donde prestaba servicios como profesora me llamò a su despacho, cosa que no era comùn. Pensè en algùn problema con los alumnos, aunque notè que el hombre estaba muy serio y preocupado. Entonces estendièndome una nota que habia recibido ese dia me dijo: quiero que se entere del contenido de esta circular. Esta dirigida a la Direcciòn de la escuela y expresaba la orden de responder enviando una lista del personal que perteneciera al grupo religioso Testigos de Jehovà, firmaban al pie autoridades militares. Cuando le devolvì el papel, agregò con tono firme: me consta que Ud. forma parte de ese grupo, sin embargo no voy a denunciarla, sòlo le pido que guarde silencio sobre este asunto y que en los actos patrios salude a la bandera y cante el himno, porque entiendo que su religiòn le prohibe ambas cosas.

Desde hacia un tiempo yo servìa a Dios con los Testigos, conducìa estudios bìblicos y predicaba, visitaba familias y desarrollaba una intensa labor como lider.

El gobierno militar ejercia una fèrrea persecuciòn contra lo que ellos consideraban "subversivos", polìticos o religiosos. Las reuniones eran secretas.

Le devolvì la hoja en silencio. Aunque no se lo dije por respeto aquello no me amedrentaba, interiormente me sentìa firmemente decidida a no cambiar de actitud ya que se fundamentaba en principios muy claros para mì.

Pocos dias despuès se festejaba un dia patrio, el director me llamò a su lado junto al grupo de profesores que presidian la reuniòn en el patio de la escuela. Era indudable que queria comprobar mi acatamiento a la orden superior.
Cuando todos comenzaron a cantar el himno nacional saludando con reverencia los sìmbolos patrios, yo permanecì impasible, con la boca cerrada.

Ha pasado mucho tiempo. Pasaron muchas cosas en el pais,muchos "subversivos"

martes, 7 de junio de 2011

Regresando al Paraíso


Los que viajamos decimos que venir a Europa nos “abre la cabeza”, nos da una visión renovada de todo, de las cosas que nos rodean, de los otros y de nosotros.
Puedo ampliar el concepto. Venir nos cambia, regresar también. Tal vez por eso dicen que “Partir es morir un poco”. Es muerte y es vida. Es crecer y evolucionar, hace bien.

La lejanía envuelve los recuerdos en una neblina de olvido y de idealización. Aquello, el país, los amigos, los parientes, pasa a ser perfecto, único. Como dice un tango de Gardel: “...Volver, con el alma aferrada a un dulce recuerdo...” con el anhelo de regresar a la infancia perdida, la casa paterna, los juegos y los romances juveniles. La realidad queda de este lado del océano, con sus problemas y preocupaciones, con las situaciones personales o circunstanciales a veces penosas o difíciles de sobrellevar, casi siempre sin solucionar.

Yo diría que partir es huir un poco, buscando en otra parte la felicidad, la paz interior, el Paraíso recuperado. Y qué mejor lugar que volver al punto de partida? A una situación casi embrionaria, por el camino de las miguitas que se dejaron esparcidas marcando el sendero, como un personaje de los cuentos infantiles, aquel que se perdía en el bosque, creo que era Pulgarcito.

Llegué a mi ciudad natal en octubre del 2010, regresé a mi casa en Italia en marzo del 2011. Cinco meses en el Paraíso? Bueno... no tanto, digamos en mi país de origen. Luego de un viaje de más de veinticuatro horas, pasando por Chile, llegué a Ezeiza en las primeras horas del día y esperé que saliera el sol para tomar el bus que me llevaría a Colón. Cinco horas más cruzando Buenos Aires hacia el norte.

El paisaje era muy diferente al europeo. Ahora todo era amplio, grande, el horizonte se veía siempre ante mis ojos como una línea casi pura, podía contar las nubes, o entretenerme con las siluetas que formaban: una señora tomando sol, un angelito regordete, una carroza tirada por dos caballos alados. Otra opción era mirar las figuras reales, niños corriendo o jugando, perros sueltos de todos los colores y tamaños, un viejo carro cargado con cartones conducido por un robusto percherón o los puestos callejeros que preparaban choripanes o grandes hotdog, que se vendían por pocos centavos, una multidud de vendedores ambulantes, de helados, sánguches y gaseosas, todo más o menos casero, sin etiquetas y por supuesto sin fecha de vencimiento o indicación de los ingredientes, cosa impensable en Europa. Interiormente me prometía no comprar ni consumir aquello que consideraba comida chatarra, contaminada y engordante. Luego de dos o tres horas de viaje y después de haber rechazado los ofrecimientos de los muchachos que subían en cada parada del bus, acuciada por el hambre y la sed, claudiqué y adquirí un sánguche de jamón y queso y una latita de gaseosa light, devoré todo con gusto. Estaban exquisitos!! Parecían frescos, recién hechos, el vendedor no usaba pinzas ni guantes, pero los alimentos venían en bolsitas y el joven que me los alcanzó era muy simpático. Estaba otra vez en el Paraíso argentino. “Welcome to Buenos Aires”.