Creo que lo ideal sería llegar a Europa siendo joven para integrarse rápidamente y tener buenos logros en lo que se refiere al desarrollo personal y profesional.
Sin embargo, puedo decir otra vez "más vale tarde que nunca". Cuando mis hijos me invitaron a compartir con ellos sus vidas en Italia no lo dudé ni un instante, preparé mis valijas, estudié algo la lengua italiana, me despedí de mis amigos y parientes de Argentina y emprendí vuelo con la empresa rusa que en ese momento ofrecía los billetes aéreos a precio más bajo, sin pensar demasiado en riesgos ni peligros.
Las cosas no eran tan fáciles como yo imaginaba y la recepción no fue precisamente con pancartas y globos, mi entusiasmo excedía la realidad, mi ingenuidad en cierta forma me ayudaba a sobrellevar los primeros inconvenientes.
No sabía muy bien en qué rol ubicarme, inmigrante, viajera audaz, trotamundos, como me dijo mi amigo Jon, aventurera, misionera? Tal vez todo a la vez.
De todos modos no había demasiado tiempo para pensar o preocuparse por el rol o la clasificación que me correspondía.
Mi primera ubicación fue un diván en el living de la casa de uno de mis hijos. Comencé a buscar un departamento para instalarme en forma independiente. Una de mis nueras, que ya tenía alguna experiencia en el asunto, un día me habló muy seria, aunque con respeto y dulzura, "No creo que consigas quien te alquile Juana, me dijo, las agencias inmobiliarias exigen recibos de sueldo, referencias y un importe igual a cinco meses de alquiler para firmar un contrato de locación."
No me desanimé, decidí visitar la Biblioteca y consultar allí los avisos clasificados del diario local, Il Giornale di Vicenza. En esa tarea estaba cuando se me acercó Alice, una mujer que había conocido el domingo en la Iglesia, quien me preguntó cordialmente: Usted busca una casa para alquilar? Ante mi respuesta afirmativa, ella agregó: tengo un amigo que busca inquilina para su mini, si quiere la presento hoy mismo.
Pronto concertamos la cita y antes del mediodía estábamos ambas en la casa del propietario. Luego de la presentación nos invitó a conocer el departamento, vecino al suyo. Era de dos ambientes chicos, amueblado y equipado, en un edificio antiguo, en el segundo piso. Carlo me preguntó: Le gusta? y como disculpándose dijo: es un mini... A mí me pareció un palacio! Simple pero acogedor, luminoso, muy bien ubicado, en el barrio Pio X, a pocos metros de la casa de mi hijo Carlos, cerca del centro, donde vivía mi hijo mayor Fernando y no muy lejos de la casa de Anita, la menor.
El contrato se firmaría en pocos días, un apretón de manos cerró el trato, como buenos cristianos, me dijo Carlo mientras me sonreía afable, invitándome a ocuparlo ese mismo día. Esa noche dormí por primera vez en la casa que ahora sería mi domicilio en Vicenza por un largo tiempo.
Un buen comienzo, ya tenía mi lugar, y nuevos amigos.
El segundo paso era conseguir un trabajo para aumentar mis ingresos, entrar en actividad y aprender el idioma.
También eso llegó a través de Maria, a quien conocí en el grupo de la iglesia, ella trabajaba en un geriátrico de la ciudad, el Instituto Salvi y conocía una familia que buscaba una asistente para la madre, una anciana con algún problema ambulatorio, pero sana y lúcida, Miranda, quien sería más adelante mi empleadora y otra amiga muy querida. Habían pasado pocos días, menos de un mes, y ya me hallaba en la casa de la familia que contrató mis servicios como badante, una villetta en la zona suburbana.
El primer día fue para mí una jornada plena de emociones y momentos felices. Miranda me hablaba en lengua veneta y yo le aclaraba: no hablo dialecto. Ella accedió a usar el idioma italiano, no de muy buena gana, y cesó en sus intentos lingüísticos locales.
Durante varios días nos entendíamos en italiano, de mi parte básico, de parte de mi empleadora un poco forzado. Hasta que por fin me dijo, suspirando: "Che fatica parlare tutto il giorno italiano!" (Qué cansancio hablar todo el dia italiano!). Bueno...concedí, puede hablarme en dialecto, trataré de entenderla.
Luego de un tiempo no muy largo ya nos comunicábamos perfectamente y de esa manera, poco a poco, yo aprendía una nueva lengua. Algo que me enriquecía y me permitía ganar nuevos amigos.
Las experiencias, los días compartidos con Miranda y su familia, merecen un capítulo aparte en mi blog. Fue uno de los períodos más felices en el proceso de adaptación e integración. Un tiempo de sonrisas con muy pocas lágrimas.
lunes, 26 de septiembre de 2011
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Una vida con propósito
Cuando comencé mi blog tenía la intención de escribir mi autobiografía, para mí y especialmente para mis descendientes.
Es algo muy natural en el ser humano buscar sus raíces, conocer la historia de su familia, poder diagramar el árbol genealógico, como una manera de afirmarse y valorarse de manera justa y correcta.
En mi caso no me ha resultado difícil recordar mi nacimiento, conocido a través del relato de mis padres, mi infancia y adolescencia, mi juventud, gracias a recuerdos, fotos y testimonios varios. Algo más difícil es dibujar mi árbol, en esto me ayuda mi hijo Carlos, profesor de Historia, amante de investigaciones de ese tipo.
Siempre me dolió no haber conocido a ninguno de mis abuelos, cuando era chica buscaba en cada anciano de mi barrio un abuelo; iba al almacén de la esquina, me ponía cerca de una viejita y me imaginaba que era mi abuela, la había elegido hacía mucho y siempre la buscaba junto al mostrador, mientras esperábamos que el almacenero nos atendiera. Claro que ella nunca se enteró de mi fantasía, era mi secreto, pero yo era feliz por un momento, aunque no lo podía compartir con nadie, se burlarían o me considerarían ridícula.
Siendo adolescente la tía Benita llenó ese espacio vacío, ella era tía y abuela a la vez, para mí y para mi hermana.
De mi abuelo materno sólo tenía algunos datos, ninguna foto. De la abuela Victoria una foto grupal de ella rodeada de sus hijos, tenía cincuenta años, para ese entonces era una anciana respetable, una dama muy seria y formal, sentada junto a las menores, Magdalena y Amalia mi madre, en la fila de atrás los varones, y las mayores, Juana, Victoria, Benita, Josefa, y los demás, diez en total. Todos vestidos con sus mejores galas, prolijamente peinados y arreglados. Corría el 1920 y una foto de familia era un gran acontecimiento social e histórico.
De los abuelos paternos no tengo ni siquiera una foto, sólo el recuerdo de algunas anécdotas de mi padre y una hoja de cuaderno donde él escribió el nombre de su papá ,Estefano Costa y de su mamá, Juana Galeano.
Cuando mi padre viajaba con su camión transportando cítricos por la Mesopotamia argentina, visitó su ciudad natal en Entre Ríos y retiró del Registro Civil copias del acta de defunción de su mamá y su único hermano, Luis. Un verdadero tesoro. Así el árbol paterno es chiquito, con pocas raíces, nada que ver con el recio árbol materno enraizado en Europa, algo que me consuela y levanta mi autoestima, con antepasados vascos y hasta un escudo de familia!
Buscando raíces, hurgando en el viejo baúl de los recuerdos, mirando y comparando fotos amarillentas, preguntando a los más viejos. De mi familia paterna quedamos sólo mi hermana menor y yo, mis otros hermanos, Lola y Luis, murieron antes de los cincuenta. Yo estudio el pasado, trato de recordar, comparto la pasión histórica con mis hijos, en cambio mi hermana tiene una actitud contraria, no le interesa el pasado, quema fotos y cartas, es como si dijera: borrón y cuenta nueva!
A mí me parece mejor conocer lo anterior para construir lo por venir, pensando que tengo una base, un lugar con raíces, tratando de mejorar y lograr buenos frutos.
Cuando tenía poco más de treinta, una amiga me hablaba de Dios y en un momento me dijo: sabes que Dios tiene un plan para tu vida? Aquello me pareció maravilloso, coincidía con mi anhelo de construir y vivir una vida con propósito, una vida como un proyecto, para mí y para mis descendientes.
Ahora la búsqueda era a la vez un camino, un largo camino en el cual no estaba sola, había una meta, tenía un derrotero y una luz que me alumbraba, mi Fe.
Y tantas cosas por hacer, estudios, trabajos, la familia, la profesión, las ambiciones, los triunfos y los fracasos, una larga sucesión de lágrimas y sonrisas.
Es algo muy natural en el ser humano buscar sus raíces, conocer la historia de su familia, poder diagramar el árbol genealógico, como una manera de afirmarse y valorarse de manera justa y correcta.
En mi caso no me ha resultado difícil recordar mi nacimiento, conocido a través del relato de mis padres, mi infancia y adolescencia, mi juventud, gracias a recuerdos, fotos y testimonios varios. Algo más difícil es dibujar mi árbol, en esto me ayuda mi hijo Carlos, profesor de Historia, amante de investigaciones de ese tipo.
Siempre me dolió no haber conocido a ninguno de mis abuelos, cuando era chica buscaba en cada anciano de mi barrio un abuelo; iba al almacén de la esquina, me ponía cerca de una viejita y me imaginaba que era mi abuela, la había elegido hacía mucho y siempre la buscaba junto al mostrador, mientras esperábamos que el almacenero nos atendiera. Claro que ella nunca se enteró de mi fantasía, era mi secreto, pero yo era feliz por un momento, aunque no lo podía compartir con nadie, se burlarían o me considerarían ridícula.
Siendo adolescente la tía Benita llenó ese espacio vacío, ella era tía y abuela a la vez, para mí y para mi hermana.
De mi abuelo materno sólo tenía algunos datos, ninguna foto. De la abuela Victoria una foto grupal de ella rodeada de sus hijos, tenía cincuenta años, para ese entonces era una anciana respetable, una dama muy seria y formal, sentada junto a las menores, Magdalena y Amalia mi madre, en la fila de atrás los varones, y las mayores, Juana, Victoria, Benita, Josefa, y los demás, diez en total. Todos vestidos con sus mejores galas, prolijamente peinados y arreglados. Corría el 1920 y una foto de familia era un gran acontecimiento social e histórico.
De los abuelos paternos no tengo ni siquiera una foto, sólo el recuerdo de algunas anécdotas de mi padre y una hoja de cuaderno donde él escribió el nombre de su papá ,Estefano Costa y de su mamá, Juana Galeano.
Cuando mi padre viajaba con su camión transportando cítricos por la Mesopotamia argentina, visitó su ciudad natal en Entre Ríos y retiró del Registro Civil copias del acta de defunción de su mamá y su único hermano, Luis. Un verdadero tesoro. Así el árbol paterno es chiquito, con pocas raíces, nada que ver con el recio árbol materno enraizado en Europa, algo que me consuela y levanta mi autoestima, con antepasados vascos y hasta un escudo de familia!
Buscando raíces, hurgando en el viejo baúl de los recuerdos, mirando y comparando fotos amarillentas, preguntando a los más viejos. De mi familia paterna quedamos sólo mi hermana menor y yo, mis otros hermanos, Lola y Luis, murieron antes de los cincuenta. Yo estudio el pasado, trato de recordar, comparto la pasión histórica con mis hijos, en cambio mi hermana tiene una actitud contraria, no le interesa el pasado, quema fotos y cartas, es como si dijera: borrón y cuenta nueva!
A mí me parece mejor conocer lo anterior para construir lo por venir, pensando que tengo una base, un lugar con raíces, tratando de mejorar y lograr buenos frutos.
Cuando tenía poco más de treinta, una amiga me hablaba de Dios y en un momento me dijo: sabes que Dios tiene un plan para tu vida? Aquello me pareció maravilloso, coincidía con mi anhelo de construir y vivir una vida con propósito, una vida como un proyecto, para mí y para mis descendientes.
Ahora la búsqueda era a la vez un camino, un largo camino en el cual no estaba sola, había una meta, tenía un derrotero y una luz que me alumbraba, mi Fe.
Y tantas cosas por hacer, estudios, trabajos, la familia, la profesión, las ambiciones, los triunfos y los fracasos, una larga sucesión de lágrimas y sonrisas.
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