Cuando comencé mi blog tenía la intención de escribir mi autobiografía, para mí y especialmente para mis descendientes.
Es algo muy natural en el ser humano buscar sus raíces, conocer la historia de su familia, poder diagramar el árbol genealógico, como una manera de afirmarse y valorarse de manera justa y correcta.
En mi caso no me ha resultado difícil recordar mi nacimiento, conocido a través del relato de mis padres, mi infancia y adolescencia, mi juventud, gracias a recuerdos, fotos y testimonios varios. Algo más difícil es dibujar mi árbol, en esto me ayuda mi hijo Carlos, profesor de Historia, amante de investigaciones de ese tipo.
Siempre me dolió no haber conocido a ninguno de mis abuelos, cuando era chica buscaba en cada anciano de mi barrio un abuelo; iba al almacén de la esquina, me ponía cerca de una viejita y me imaginaba que era mi abuela, la había elegido hacía mucho y siempre la buscaba junto al mostrador, mientras esperábamos que el almacenero nos atendiera. Claro que ella nunca se enteró de mi fantasía, era mi secreto, pero yo era feliz por un momento, aunque no lo podía compartir con nadie, se burlarían o me considerarían ridícula.
Siendo adolescente la tía Benita llenó ese espacio vacío, ella era tía y abuela a la vez, para mí y para mi hermana.
De mi abuelo materno sólo tenía algunos datos, ninguna foto. De la abuela Victoria una foto grupal de ella rodeada de sus hijos, tenía cincuenta años, para ese entonces era una anciana respetable, una dama muy seria y formal, sentada junto a las menores, Magdalena y Amalia mi madre, en la fila de atrás los varones, y las mayores, Juana, Victoria, Benita, Josefa, y los demás, diez en total. Todos vestidos con sus mejores galas, prolijamente peinados y arreglados. Corría el 1920 y una foto de familia era un gran acontecimiento social e histórico.
De los abuelos paternos no tengo ni siquiera una foto, sólo el recuerdo de algunas anécdotas de mi padre y una hoja de cuaderno donde él escribió el nombre de su papá ,Estefano Costa y de su mamá, Juana Galeano.
Cuando mi padre viajaba con su camión transportando cítricos por la Mesopotamia argentina, visitó su ciudad natal en Entre Ríos y retiró del Registro Civil copias del acta de defunción de su mamá y su único hermano, Luis. Un verdadero tesoro. Así el árbol paterno es chiquito, con pocas raíces, nada que ver con el recio árbol materno enraizado en Europa, algo que me consuela y levanta mi autoestima, con antepasados vascos y hasta un escudo de familia!
Buscando raíces, hurgando en el viejo baúl de los recuerdos, mirando y comparando fotos amarillentas, preguntando a los más viejos. De mi familia paterna quedamos sólo mi hermana menor y yo, mis otros hermanos, Lola y Luis, murieron antes de los cincuenta. Yo estudio el pasado, trato de recordar, comparto la pasión histórica con mis hijos, en cambio mi hermana tiene una actitud contraria, no le interesa el pasado, quema fotos y cartas, es como si dijera: borrón y cuenta nueva!
A mí me parece mejor conocer lo anterior para construir lo por venir, pensando que tengo una base, un lugar con raíces, tratando de mejorar y lograr buenos frutos.
Cuando tenía poco más de treinta, una amiga me hablaba de Dios y en un momento me dijo: sabes que Dios tiene un plan para tu vida? Aquello me pareció maravilloso, coincidía con mi anhelo de construir y vivir una vida con propósito, una vida como un proyecto, para mí y para mis descendientes.
Ahora la búsqueda era a la vez un camino, un largo camino en el cual no estaba sola, había una meta, tenía un derrotero y una luz que me alumbraba, mi Fe.
Y tantas cosas por hacer, estudios, trabajos, la familia, la profesión, las ambiciones, los triunfos y los fracasos, una larga sucesión de lágrimas y sonrisas.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
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