miércoles, 12 de octubre de 2011

Un arma desconocida

Mis amigos al leer mi blog me felicitan, algunos se entusiasman al descubrir mis dotes de escritora, otros se asombran, tal vez porque piensan que una persona en la tercera ,casi cuarta, edad debería estar descansando, mirando fotos, jugando con los nietos, tejiendo medias o haciendo tortas, pero no operando con una computadora... es demasiado!!


Entonces creo que ha llegado el momento de contarles cómo empezó todo, esto de escribir, de editar. Algo que no se dio de un día para otro, pero que sin embargo debo reconocer fue un poco obra de lo que no sé si llamar casualidad o destino.

 Enero de 1986, nos habíamos trasladado a la ciudad de Córdoba buscando la posibilidad de que mis hijos estudiaran en la universidad.

Logré un traslado como profesora de nivel medio a la Escuela Nacional de Comercio de Alta Gracia. Cada uno eligió la carrera según su vocación, Bellas Artes el mayor, Historia el segundo. Ana terminaría su secundario en el Liceo N° 2. La adaptación al nuevo ambiente no fue fácil. Habíamos dejado en la ciudad natal amigos y parientes. Sin embargo, el natural entusiasmo de los más jóvenes permitía allanar las dificultades.

Un día alguien dejó una invitación para una reunión en la iglesia evangélica del barrio, Cristo Rey. Se proyectaría la película "Los Diez Mandamientos" una megaproducción de Cecil B. DeMille.

Así comenzó mi amistad con el grupo cristiano al cual me integré en poco tiempo.
En otra oportunidad la invitación fue para una serie de conferencias sobre un tema que me atraía desde hacía mucho: las misiones transculturales.

Me inscribí en los talleres eligiendo uno que conduciría un misionero americano, Jonatan Lewis.

Fue un impacto directo a mi alma, esa misma tarde compré los manuales Misión Mundial, los tres tomos. Y esa noche los "devoré". Mi entusiasmo era tremendo, mientras mi marido dormía yo a su lado leía sin poder detenerme hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada.

Al día siguiente completé la lectura del primer tomo, a la vez con un lápiz escribía en el margen, observaciones, agregados, referencias. Notaba algunos errores de expresión, seguramente por tratarse de una traducción del inglés, y aún de ortografía. Sustituía vocablos, ampliaba. Así me resultada más fácil estudiar el contenido y responder a los cuestionarios al final de los capítulos.

Cuando asistí a la segunda clase además del manual llevaba un cuaderno para tomar apuntes. A mi lado se ubicó una joven muy simpática, extranjera, Marion. Pronto hicimos amistad y en un momento me preguntó: Qué escribes en los márgenes? Le expliqué que eran correcciones. Se mostró muy interesada, me pidió el libro y leyó mis observaciones. En ese momento yo ignoraba que ella era la esposa del escritor, el lider que conducía el estudio.

Al terminar la reunión Marion y su esposo se acercaron a mí, y él se presentó, era el Dr. Jonatan Lewis, una personalidad en el mundo de las misiones, yo no sabía donde meterme de la vergüenza, pensaba que se sentiría ofendido por mi trabajo. Todo lo contrario, me dijo que estaba preparando una nueva edición de sus libros y buscaba una persona capacitada para la corrección. Me citó a su oficina para el día siguiente a las dos de la tarde, hablaríamos sobre la posibilidad de mi incorporación a su equipo de trabajo.

Esa noche casi no dormí de la emoción, claro que tenía mis seria dudas, nunca había hecho una labor de ese tipo, seguramente se trataría de escribir a máquina, pero yo me sentía muy segura en esa área, escribía velozmente, al tacto, y no tenía faltas de ortografía. El tema de los manuales me interesaba y poseía conocimientos básicos de Teología.

Debí apurarme para llegar en el horario fijado. Regresé al mediodía de la escuela de Alta Gracia, atendí a mi familia para el almuerzo y partí para la oficina de Misiones Mundiales en taxi, sería puntual.

Jonatan me esperaba en su despacho, llegamos a un acuerdo con el horario, cuatro horas por día y la retribución, un sueldo igual al que percibía como profesora. Me explicó en qué consistía mi trabajo como secretaria-editora, leer y corregir todo el material que se producía para los cursos de Misionología, luego me mostró la computadora y me dijo: desde ahora es tuya, agregando: ya puedes empezar.
Sentí que el mundo se me desplomaba encima... qué lástima! Había sido un malentendido. Debí confesarle que yo no sabía operar con computadoras. No importa, me dijo Jon, aprenderás. Debo hacer un curso? No, aprenderás aquí, usándola. Mi entusiasmo habia descendido a menos cero.

Casi por obligación me senté frente a la máquina, pulsé algunas teclas y la sentí como un monstruo enemigo que abría sus grandes fauces para devorarme. Ya me aprestaba a levantarme y despedirme, elegía mentalmente las palabras para no ofenderlo y renunciaba antes de empezar.

En ese momento alguien llamó a la puerta de la oficina, era una amiga de Jon, una misionera, Marta, se hicieron las presentaciones. Ellos se apartaron para hablar de sus asuntos de trabajo y yo quedé allí aterrada frente a la máquina infernal en cuya pantalla aparecían líneas y relámpagos, luces y ondas increíbles. No sabía qué hacer. Cómo se apagaría aquello?

De pronto oí la voz de Marta que le preguntaba a Jonatan: Ella también es una misionera?... Se produjo un silencio de breves segundos que para mí fueron una eternidad y escuché la voz de mi jefe que decía,  muy seguro de sí: "Si, ella también es una misionera".

Esas pocas palabras obraron como un milagro en mi mente, ya la máquina no era infernal, era una computadora, había dejado de ser un arma desconocida. Sería desde ahora una amiga, una herramienta para servir a Dios.

Ese día comenzó una de las etapas más felices de mi vida, un hermoso tiempo de sonrisas, para Jesús.

3 comentarios:

  1. He leído varios de tus post, y como siempre un relato limpio, que invita a leer el siguiente párrafo con una descripción tan clara que nos hace sentir que somos parte del escenario de la misma historia.

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  2. Hola Ma, me parece que se te pasó un detalle importante; ya sabés mis manías de historiador, pero es un detalle que si no lo decís le quita peso a la particularidad del relato: la fecha.

    Si no me equivoco, era el año 1987. O al menos ese fue el año en que yo empecé Biología, a los 18 años. Después cambié a Historia.

    Es importante, sobre todo para quienes (ahora me acuerdo de alguna prima) equivocados creen que por tu edad, qué sabrás de computadoras... Utilizabas computadoras cuando en todas las oficinas había solo máquinas de escribir.

    Besos

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  3. Si, claro que era en 1987, tal vez omitì el detalle, muy importante, para no asustar a mis nietos, u otros lectores, que pensaràn: del siglo pasado!!!

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