Los domingos eran días muy especiales, de visitas a la tía Benita. Los preparativos comenzaban desde muy temprano, mi madre nos ponía dos vestidos encimados por si nos ensuciábamos en el camino, había que llegar impecables. No era fácil soportar la sección peinados; vuelve a mi el recuerdo del olor y el calor del pecho de mi madre cuando debía apoyar allí mi cabeza mientras ella pasaba con gesto enérgico el peine alisando una y otra vez mi larga cabellera, después armaba las trenzas, gruesas, largas, tanto como para formar una corona, sujeta con una cinta blanca. Seguía con mi hermana que tenía un cabello fino color claro, a ella le hacía dos trencitas con dos grandes moños.
Los vestidos de ambas eran del mismo modelo en color claro, en seda u organza, muy bonitos, confeccionados en casa; los zapatos blancos, modelo Guillermina, con un botón pequeño al costado. Completaba el arreglo una carterita redonda, tejida al crochet por mamà o por la tía Juana y zoquetes blancos. Esto en verano, en invierno usábamos polleras tableadas en tela escocesa y saquitos de lana, o abrigos de paño. Mi madre era muy habilidosa para confeccionar prendas usando moldes que vendían en la tiendita de la calle Defensa, cosidas con la máquina a pedal, bobina a lanzadera, marca New Home, heredada de la abuela Victoria. A veces venía mi padre; vestía traje con chaleco color gris claro, camisa blanca con cuello y puños duros, almidonados por el tintorero japonés de la calle Venezuela, botones dorados de quita y pon para el cuello y gemelos de oro en los puños, corbata de seda. Los zapatos, Marca Los Ases. Eran de cabritilla negra, confeccionados a medida por los artesanos del barrio, dos hermanos italianos de la calle México. Finalmente el sombrero de fieltro, gris. Mi padre era muy elegante, delgado y buen mozo, a mi me parecía muy alto, aunque no pasaba el metro ochenta. La ceremonia del afeitado con navaja, en casa todos los días y los sábados en la peluquería del barrio merece un capítulo aparte, lo mismo que el lustrado del calzado, en un salón de la vuelta. Mi madre armaba su peinado con la ayuda de pequeños postizos, las bananas, sujetos con invisibles, para aumentar el volumen. Ese día se ponía polvos en la cara, marca Rachel, color natural, se pintaba cuidadosamente la boca y se ponía colorete en las mejillas. Era muy hermosa y tenía cutis de porcelana, como se decía entonces. Se pintaba las uñas y si ponía los aros y anillos de oro, regalos de mi papá, el vestido de seda, las sandalias con taco japonés blancas, unas gotas de perfume y...por fin! salíamos rumbo a Mataderos. En la calle Chile tomábamos el tranvía 48, el viaje era de una hora.
Mi hermana y yo nos divertíamos contando los autos por colores, ella negro, yo gris, y al llegar ganaba la que había visto más coches del color elegido. A veces el entusiasmo nos hacia dar gritos de alegría y mamà controlaba que no nos excediéramos en las risas para no molestar a los otros pasajeros. La excursión era capitaneada por mi padre, él hacia las señas para que el tranvía se detuviera, pagaba los boletos al guarda y nos ubicaba en los lustrosos asientos; luego tiraba de una cuerdita para avisar al motorman, el conductor, cuando debíamos bajar en Alberdi al 5200, desde allí a la calle Zelada había pocas cuadras.
Los tíos nos esperaban, mantel blanco, vajilla especial, el menú de los domingos: risotto a la genovesa, tío Jorge era de Génova, luego pollo con salsa; de postre queso mantecoso y dulce de batatas con guindas, vino y café para los grandes. La sobremesa se prolongaba hasta la media tarde, nos divertía escuchar las conversaciones de los mayores; cuando estaban presentes papá o el tío podíamos hacerlo libremente, sin intervenir por supuesto, la orden era cuando los grandes hablan los chicos se callan", los temas: política y deportes. Si eran diálogos femeninos entre mamà y tía Benita la cosa cambiaba, con dulzura y firmeza nos decían: "chicas, por qué no van un ratito a la vereda a jugar?" Salíamos corriendo. En seguida se hacia un lindo grupo, para jugar a la escondida, a la mancha agachada, al don pirulero, al pisa-pisuelo, o para saltar a la cuerda. A la tardecita regresábamos, extenuados y felices. Mi hermana y yo dormíamos apoyando la cabeza en el regazo de mamà. Un poco antes de llegar nos despertaban. Había terminado la aventura. Ahora debíamos esperar una semana o tal vez dos, para repetir el viaje. Valìa la pena!
jueves, 19 de febrero de 2015
miércoles, 18 de febrero de 2015
Prohibido enamorarse
Luego de escribir en mi blog Làgrimas y Sonrisas el capìtulo VITTORIA, a pesar de la insistencia de mis seguidores para conocer el final de la historia, quedè durante un largo tiempo sin deseos de seguir. No sè si decir que quedè bloqueada, paralizada o por el contrario pensar que despuès de esa experiencia comencè a vivir. Una de mis lectoras, Marìa Inès, me decìa en una charla online: "Aquel relato de la cita en la placita me matò", a mì tambièn le respondì..."Es que quiero saber còmo termina esto", yo tambièn, agreguè...Ja!Ja! concluìa ella.
Tengo dos opciones: aceptar aùn sin entenderlo, como dice la filosofìa Zen, un final abierto para llenarlo con una circunstancia feliz como en los cuentos de mi infancia "Y fueron felices y comieron perdices" o una conclusiòn dramàtica de làgrimas y suspiros..."Nunca màs se encontraron, cada uni siguiò su camino".
Otra amiga, Marìa Laura, hacìa un comentario que ya era un punto final: "Què hermosa historia de amor!".
Tendrìa que expresar yo misma la conclusiòn. Hoy leo nuevamente el capìtulo VITTORIA y me alegro de no sentir el deseo de lamentarme, de borrarlo, ni siquiera de juzgar el episodio como algo triste, algo decepcionante ni digno de ser olvidado. me hace feliz leerlo una y otra vez. Ahora me siento otra, o tal vez despuès de mucho tiempo me siento yo misma, como me dijo Lydia: Esa experiencia rompiò la dura caparazòn que envolvìa tu corazòn, hizo crash!, siento que puedo amar, siento mi corazòn abierto, mi alma libre, puedo volar en alas de otra hermosa historia de amor. La cita en la placita no me matò, al contrario me dio nueva vida.
Còmo terminò aquello? no sè si escribir un final para mis seguidores o dejar que cada uno imagine uno segùn su fantasìa.
Me agradarìa una conclusiòn feliz como desea mi amigo Lucas, de pasiòn incontenible que estalla fogosamente o algo màs espiritual y romàntico como cree Jeanette cuando me dice:"Ustedes se aman, nada puede impedirlo, dejemos todo en las manos de Dios".
Como dice mi sicòloga: "Y usted què piensa?".
Yo creo que las hermosas historias de amor que rompen la caparazòn de un corazòn cerrado pueden durar una hora o un siglo, tienen un propòsito divino en el destino de cada uno,dan nueva vida, nada ni nadie puede impedirlas, estàn en las manos de Dios, suceden sin que entendamos porquè, no tiene final feliz ni dramàtico, simplemente son cosas que nos suceden. Si la pudièramos definir o explicar ya no serìan historias de amor, formarìan parte de una consulta con la sicòloga o serìan un capìtulo màs de un blog personal o un diario ìntimo.
Vittoria cerrò un capìtulo de su vida, ahora puede sonreir ante una despedida o ante la prohibiciòn de estar enamorada, ante la opciòn de elegir seguir viviendo sola con un corazòn nuevo, enamorado a pesar de todo, esperando un destino feliz en la libertad, sin votos, sin juramentos inùtiles de fidelidad, con la plena convicciòn de que el amor produce Amor, fuente de vida y destino final de cada uno. Creyendo que las historias de amor nunca tiene final. Porque el Amor nunca deja de ser.
Tengo dos opciones: aceptar aùn sin entenderlo, como dice la filosofìa Zen, un final abierto para llenarlo con una circunstancia feliz como en los cuentos de mi infancia "Y fueron felices y comieron perdices" o una conclusiòn dramàtica de làgrimas y suspiros..."Nunca màs se encontraron, cada uni siguiò su camino".
Otra amiga, Marìa Laura, hacìa un comentario que ya era un punto final: "Què hermosa historia de amor!".
Tendrìa que expresar yo misma la conclusiòn. Hoy leo nuevamente el capìtulo VITTORIA y me alegro de no sentir el deseo de lamentarme, de borrarlo, ni siquiera de juzgar el episodio como algo triste, algo decepcionante ni digno de ser olvidado. me hace feliz leerlo una y otra vez. Ahora me siento otra, o tal vez despuès de mucho tiempo me siento yo misma, como me dijo Lydia: Esa experiencia rompiò la dura caparazòn que envolvìa tu corazòn, hizo crash!, siento que puedo amar, siento mi corazòn abierto, mi alma libre, puedo volar en alas de otra hermosa historia de amor. La cita en la placita no me matò, al contrario me dio nueva vida.
Còmo terminò aquello? no sè si escribir un final para mis seguidores o dejar que cada uno imagine uno segùn su fantasìa.
Me agradarìa una conclusiòn feliz como desea mi amigo Lucas, de pasiòn incontenible que estalla fogosamente o algo màs espiritual y romàntico como cree Jeanette cuando me dice:"Ustedes se aman, nada puede impedirlo, dejemos todo en las manos de Dios".
Como dice mi sicòloga: "Y usted què piensa?".
Yo creo que las hermosas historias de amor que rompen la caparazòn de un corazòn cerrado pueden durar una hora o un siglo, tienen un propòsito divino en el destino de cada uno,dan nueva vida, nada ni nadie puede impedirlas, estàn en las manos de Dios, suceden sin que entendamos porquè, no tiene final feliz ni dramàtico, simplemente son cosas que nos suceden. Si la pudièramos definir o explicar ya no serìan historias de amor, formarìan parte de una consulta con la sicòloga o serìan un capìtulo màs de un blog personal o un diario ìntimo.
Vittoria cerrò un capìtulo de su vida, ahora puede sonreir ante una despedida o ante la prohibiciòn de estar enamorada, ante la opciòn de elegir seguir viviendo sola con un corazòn nuevo, enamorado a pesar de todo, esperando un destino feliz en la libertad, sin votos, sin juramentos inùtiles de fidelidad, con la plena convicciòn de que el amor produce Amor, fuente de vida y destino final de cada uno. Creyendo que las historias de amor nunca tiene final. Porque el Amor nunca deja de ser.
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