Decía en mi nota anterior que salir hace bien y regresar también. Tal vez lo que hace bien es estar un tiempo afuera, lejos del calor del nido, conociendo y viviendo otras experiencias.
Cuando hice mi primer viaje al exterior, a Brasil, entendí porqué mi amigo Jonatán me decía siempre que pasar la frontera me haría bien, me enriquecería, ampliaría mi visión.
Desde hacía un tiempo sentía el llamado a las misiones transculturales, estudiaba el tema, investigaba, intercambiaba ideas con personas que se movían en el campo misionero cristiano. Entonces mi alma se encendía en un fuego, en una pasión por las almas, en el deseo de IR.
IR...adónde? Estaba dispuesta a todo, a dejar mi casa, mi país, mis amigos.
Sin embargo me frenaba la duda, no de mi vocación, si no de la posibilidad de concretar mis sueños. Veía todos los impedimentos, la familia, el hecho de ser mujer, sola en mi visión. Con cargas y compromisos de todo tipo.
Entonces renunciaba a los proyectos antes de concretarlos.
Por fin un día decidí terminar con aquellos sueños disparatados y me hice del suficiente valor para quemar toda la literatura, los apuntes, mis escritos, fotos y recortes sobre misiones. Con decisión hice una pira en el patio de mi casa, en el huerto, lo rocié con querosén y le puse un fósforo.
Mientras veía levantarse las llamas me sentía liberada, ya está, basta! Ahora mejor te dedicas a algo real y verdadero, algo factible, tu familia que te necesita, tu profesión docente, los amigos, los alumnos...y a otra cosa!
Pasaron algunos años. Casi me había olvidado. Pero Alguien no se había olvidado de mis peticiones. Alguien que me amaba y creía en mí, Alguien que me había elegido: mi Dios, mi Señor.
Sucedió todo lo soñado cuando ya no pensaba casi en ello. Mis hijos viajaron al exterior en busca de un porvenir mejor, se establecieron en Europa, me llamaron para compartir sus vidas.
Quienes alguna vez fueron mis "cargas" hoy eran los pioneros, aquellos que parecían atarme a la tierra natal, a las obligaciones, hoy me llevaban consigo, hoy me ayudaban a cumplir mi voto, cuando le dije al Señor: Heme aquí, yo iré!
Una misionera solitaria? Muy lejos estaba de cumplir con el modelo que había estudiado en el curso de Misionología, que hablaba de jóvenes "under 30", sostenidos por una iglesia enviadora o por una agencia misionera reconocida. Ni siquiera hablaba inglés, apenas operaba con una computadora antigua.
Todo eso no era impedimento para mi enviador, para mi Maestro.
En poco tiempo adquirí todo lo que me faltaba, conocimiento de otros idiomas, de medios de comunicación, internet, etc. La base estaba, en mi país había estudiado lo suficiente como para ir ampliando, había tenido buenos maestros y líderes.
Y pronto me vi en una actividad misionera diferente a la proyectada en los manuales, fuera de los modelos tradicionales, pero que yo sentía en mi corazón como la mejor no por su calidad intelectual tal vez, sino por seguir la voluntad de Aquel que me amó lo suficiente para creer en mí, para usarme a favor de su causa, como obrera, como soldado, humildemente. La condición era una sola: ser obediente. Y puse mi alma y mi ser en cumplir con lo que mi Señor me pedía.
Misionera para Cristo. La base estaba dada, las condiciones también. No estaba sola aunque había llegado sola.
Cuando recién entré en el Camino cristiano le pregunté a una amiga que tenía mucho conocimiento en las cosas de Dios, qué es servir al Señor? Y ella me respondió: todo lo que tu hagas por Él es servicio, leer la Biblia, compartir la lectura con tu familia, con tus amigos, orar, reunirte con otros cristianos, obedecerlo.
Ahora estaba lejos de mi tierra, lejos de la iglesia que me ayudó a crecer, del instituto bíblico, de mis maestros, de los pastores, pero no estaba sola, había otros hermanos en la fe que me recibían con amor, que me brindaban su apoyo.
Y entraba en un mundo nuevo, en un campo misionero muy grande. Conocía y trataba con personas de otras culturas, de otras razas, de otras lenguas.
Aprendía a amar a los que eran diferentes, a amarlos tanto como para orar por ellos aunque adoraban otro dios, tenían otras religiones, y a veces ni siquiera habían oído nunca el nombre Jesús, o no les interesaba saber quién era. Ahora tenía que apelar a mi creatividad día a día, para lograr técnicas nuevas de aproximación y de comunicación, tenía que aprender a ser testigo sin hablar, ahora debía ser muchas veces simplemente el quinto evangelio. Y callar para cumplir con la gran comisión, tratando de morir a mí misma para resucitar cada día con Jesús.
No reuniría multitudes, no alcanzaría miles, pero era feliz ganando un amigo, un alma para llevarla a los pies de mi Señor.
Ahora era, por fin, una misionera transcultural! Gracias, Dios!
jueves, 28 de julio de 2011
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