miércoles, 16 de junio de 2010

Invierno del 55


Hace poco leí algo que me aclaró muchas situaciones. Decía un comentario de un psicoterapeuta que hablaba de la factibilidad de los proyectos, que en un lugar de la NASA donde se preparaban vuelos espaciales había un cartel que enunciaba: "La ciencia ha demostrado que el petirrojo, de acuerdo a su peso, medidas y constitución física no puede volar, pero como él no lo sabe...vuela!"
 
Creo que muchas veces los adolescentes proceden como el petirrojo, por lo menos así era en mi caso. Cursaba el último año de la secundaria y mis proyectos de volar muy alto se mezclaban con mis sueños. La realidad dejaba mucho que desear en cuanto a fundamentar las quimeras, en casa la situación económica era mala. Mi padre trataba infructuosamente de salir adelante con su pequeño taller de carpintería, mi madre se debatía entre guardapolvos, mamaderas y chupetes, haciendo malabares para administrar los escasos ingresos. 

Recuerdo la quesera de cristal tallado que estaba en el único mueble lujoso de la casa, un armario de roble que había hecho mi padre, allí guardaba mamà las monedas que le iban quedando de los vueltos, algunas veces  estaba llena hasta el borde; casi siempre cuando llegaba la hora de salir para la escuela y metíamos las manos ansiosamente para sacar los veinte centavos que nos permitirían tomar el micro estaba total y cruelmente...vacía! No quedaba otra que caminar.
Ese año era de grandes ajustes y disciplina férrea. Como si esto fuera poco el país no andaba mejor. 

El gobierno de Perón en su segundo mandato resultó un fracaso. Los sindicatos, los partidos políticos,  la Iglesia y casi todos los poderes públicos y privados se oponían a lo que ya se había convertido en una dictadura. Una grave crisis social de desocupación y disconformidad en los sectores más bajos hizo que el pueblo "golpeara los cuarteles", como se decía entonces, clamando ayuda a los militares. Un gesto desesperado que daría comienzo a un caos total en todos los niveles y sumiría al país en una situación de la cual le llevaría mucho tiempo salir.

Entretanto los más jóvenes, con el egoísmo propio de la edad o quizás por desinformación o ignorancia seguíamos con nuestros planes y proyectos. Personalmente me interesaba terminar la carrera de Perito Mercantil y obtener a la vez el título de Preparadora de Histología, lograr un puesto en algún laboratorio y prepararme para ingresar en la Facultad de Medicina.


Mi noviazgo con el joven que conociera aquel verano en Colón continuaba por ahora por correo, él estaba cumpliendo con el servicio militar obligatorio en Curuzú Cuatiá, Corrientes; yo, en Buenos Aires, soñaba con ser médica sin tener muy en cuenta la prosecución del romance. Dos o tres veces por mes recibía alguna carta en la cual me contaba sus peripecias militares, me hablaba de sus nuevos amigos y me despedía con alguna tímida frase de amor, algo así como "un abrazo" o "un beso" que alimentaba mis fantasías juveniles. Mis respuestas no eran mucho más fogosas, con los relatos de mis días en la escuela, de mis actividades, salidas y amigos. Se entendía que estábamos enamorados pero la distancia nos ayudaba a controlar la pasión.

En el mes de junio Buenos Aires fue convulsionada por un movimiento militar que dio comienzo a un tiempo difícil para el país. En casa vivíamos una situación de pánico, con la Casa Rosada a quinientos metros y la sede principal de la CGT muy cerca, objetivos de los bombardeos que una tarde convulsionaron el barrio. La radio era el único medio de comunicación. Se habían suspendido todos los programas y un comando militar había tomado las emisoras. Transmitían música clásica, de vez en cuando una voz masculina con tono impersonal anunciaba los hechos y ordenaba a la población mantener la calma, no salir de sus casas, apagar todas las luces, cerrar puertas y ventanas. Contradiciendo los consejos mi padre y yo salimos al patio, los aviones cruzaban el espacio a baja altura y podíamos contar las bombas que caían sobre Plaza de Mazo, una..dos...tres, hasta trece. Me parecían botellas de aceite, pero la explosión era fortísima y temblaban las paredes y el piso. El ruido de los motores atronaba el cielo y el repiquetear de las ametralladoras nos estremecía de pies a cabeza. Más tarde el cielo se tiño de rojo, estaban incendiando la iglesia Santo Domingo, aquello se transformaba en una guerra civil. Mi hermana y yo temblábamos agachadas abajo de la mesa, mis padres se mantenían serenos, como siempre. Mamà calmaba el llanto de los más chicos, papá hablaba con Lola y conmigo y nos prometía un traslado a Colón, lejos de aquel infierno, a la brevedad.  


Al día siguiente llamaron algunos militares a la puerta del departamento, dando orden de evacuación. Había que dejar inmediatamente la casa, por razones de seguridad, hasta nuevo aviso. Con lo puesto y una valijita con los documentos y algunos papeles importantes, partimos hacia la casa de los tíos en Mataderos. El viaje en el tranvía 48 no fue una aventura tan feliz como otras veces. Claro que para los chicos todo esto resultaba hasta divertido, nadie comprendía la gravedad de la situación, mi padre se comportaba como un verdadero almirante, como le decían sus amigos de la imprenta, no soltaba el timón y conducía la nave a puerto seguro con dignidad. A mi madre nunca la vi llorar. Tampoco llorábamos Lola y yo, era casi una aventura. Luego de algunos días pudimos regresar, se había levantado la orden de evacuación y quedaba sólo el toque de queda.

Meses más tarde el Ejército ocupó ciudades importantes del interior, Córdoba, Curuzú Cuatiá y otras. No recuerdo los hechos políticos que siguieron pero ya mi familia había tomado la determinación de dejar Buenos Aires y volver a Colón, hasta allá no llegaba casi nada de todo aquel desorden, era el campo. 

 
Así, de manera abrupta se cambiaron mis planes, fue como caer en la realidad y darme de narices en el suelo. Medicina? ... por ahora no.
 

Los últimos meses de 1955 marcaron nuevos rumbos al país y a mi casa. Rendí los exámenes finales en el Hospital Rawson, obtuve mi certificado y el título de Perito Mercantil. Mi hermana suspendió sus estudios secundarios, mi padre vendió las máquinas de carpintería, embalamos todo, enviamos los muebles con un camión y tomamos el tren desde Retiro a Colón. Comenzaba otra etapa para la familia.

5 comentarios:

  1. Muy bueno lo que escribiste, Mami. El bombardeo de Plaza de Mayo fue el 16 de junio de 1955, después del mediodía: 29 aviones de la Marina (aviones llamados "Catalina"), bombardearon la Plaza y los alrededores, matando a 308 personas [cifra reconocida por los historiadores actuales, en base a las partidas de defunsión]. Dos meses después, seria la autoproclamada "Revolución Libertadora" de Leonardi.

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  2. Ahora que vuelvo a ver la fecha, en el momento que escribiste el artículo (y yo escribí el comentario) era justo 16 de junio, o sea hace exactamente 55 años. ¿Simple casualidad o te salió del inconsciente?

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  3. Seguramente aquello quedò grabado en lo màs ìntimo de mi ser. Por años me fue imposible ver pelìculas de guerra. Hasta hoy cuando siento los "inocentes" petardos de las fiestas me tiembla el corazòn. Què serà para los que hoy viven esa pesadilla de los bombardeos! Las fechas seguramente no son coincidencia. Como dice un amigo mio: "Los misterios de la mente". Gracias por seguirme.

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  4. Seguramente saliò de lo màs profundo de mi alma. Por años no pude ver pelìculas de guerra, aùn hoy un "inocente" petardo me hace temblar el corazòn. No puedo olvidar aquel dia que cambiò mi vida y la de muchos argentinos.

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  5. Es incre'ble! Estoy viendo que hasta la hora coincidiò, los misterios de la mente...

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