Para llevar adelante mi proyecto de servicio cristiano cursaba las materias que me preparaban para servir al Señor en las misiones transculturales, estudiaba la estrategia adecuada para ganar almas de distintas etnias, con un trasfondo cultural y religioso distinto a aquel en el cual habia crecido y me habia educado. Sentìa lo que consideraba un llamado al mundo musulmàn, a la cultura àrabe.
Como integrante del Area misionera de la iglesia y sirviendo a Cristo en Misiones Mundiales en la ciudad de Còrdoba, pronto formè parte de un equipo misionero, bajo el liderazgo de Jonatan Lewis. Estudiaba Misionologìa y discipulaba a la vez a los jòvenes. Claro que todo era eminentemente teòrico,con miras a salir al campo en un tiempo que veìa cada vez màs lejano.
Me consolaba leyendo la historia del apòstol Pablo, èl se habia preparado durante catorce años antes de emprender sus viajes misioneros.
Entendì que me era necesario primero una pràctica evangelìstica con algùn grupo aborìgen dentro de mi paìs.
Comencè a orar por las distintas etnias que poblaban el territorio argentino, especialmente por los tobas. Estudiè su historia, sus costumbres, tradiciones, su religiòn y su cultura.
Al finalizar el perìodo lectivo, en diciembre de 1988, decidì emprender un viaje al Norte, a la Pcia. del Chaco, donde habìa un importante asentamiento de aborìgenes tobas.
Contaba con la aprobaciòn de los lìderes de la iglesia, del coordinador del equipo misionero de Misiones. Aprovecharìa el viaje para estudiar la aplicaciòn del sistema Lamp para aprendizaje de lenguas vernàculas.
Mi familia me apoyaba, serìan sòlo dos semanas.
Debìa emprender un viaje en tren, largo, extenuante, cruzando la Pcia. de Santa Fe, hasta Resistencia, capital de la pcia. del mismo nombre, desde allì a Pres. Roque Saenz Peña, donde existìa una importante reserva toba.
Para solventar en parte los gastos llevaba un pesado bolso conteniendo biblias y literatura cristiana para la venta, era colportora de Sociedades Bìblicas.
La ofrenda de un hermano en la fe, director del Instituto Biblico Còrdoba y colega, màs algunos ahorros personales me permitirìan cubrir los viàticos, pasajes, etc.
Mi esposo y mis hijos me acompañaron a la estaciòn ferroviaria, ellos estaban tan entusiasmados como yo ante la perspectiva de mi viaje.
Despuès de largas horas lleguè a Resistencia, llevaba la direcciòn de un lìder toba, y una carta de presentaciòn.
Tuve una buena acogida y despuès de descansar unos dias en la casa de la familia aborìgen que me hospedò emprendì la segunda parte del viaje hacia Roque S Peña.
A medida que me alejaba del centro urbano y entraba en la zona reservada a los nativos la situaciòn se complicaba. El calor era insoportable, mas de 30°, los mosquitos y los jejenes, màs algunos insectos propios de la zona, parecìan deleitarse sobremanera con "la sangre dulce de la porteña", como decìan divertidos los chaqueños.
No me resultò fàcil ganarme la confianza de los lugareños, no era comùn que una mujer sola llegara hasta ellos.
Entonces entendì la primera lecciòn, la de los roles. Lo habia estudiado en los manuales misioneros, ahora me enfrentaba con la situaciòn real.
Quièn era yo? A què venìa? Estaba la carta...claro, pero mucho no decìa.
Ahora comprendìa y aplicaba todas las teorìas y todos los consejos. Pero me daba cuenta de que lo màs importante era orar para pedirle a Dios su guìa y muy especialmente su protecciòn.
La familia que me hospedò estaba constituìda por Ambrosio Lòpez, su esposa Rosa y sus cuatro hijos. El era hermano del cacique Eugenio y su representante ya que el jefe toba padecìa una hemiplejìa y estaba postrado, habìa perdido el habla luego de un ataque de paràlisis que lo afectaba desde hacia unos meses, al regreso de un viaje a Estocolmo, como representante de la etnia toba, llevado por misioneros suecos de la iglesia evangèlica europea que sostenìa una misiòn en el Chaco argentino desarrollando una importante labor evangelìstica y de ayuda social.
Cada dia era una aventura, plena de cosas nuevas, algunas agradables, otras no tanto.
El barrio toba quedaba en las afueras de la ciudad, eran viviendas muy sencillas, de material tradicional, pisos de tierra o cemento alisado, techos de chapa, aberturas sin puertas ni ventanas, con instalaciones sanitarias rudimentarias, agua potable provenientes de pozos y extraìda manualmente.
El gobierno habìa reemplazado asì los ranchos de adobe y paja primitivos y para la gente toba aquello era un progreso edilicio apreciable.
La casa estaba rodeada de un terreno amplio, aunque los propietarios no lo cultivaban.
Ambrosio y Rosa eran empleados municipales y sus hijos concurrìan a la escuela primaria, enclavada en medio del barrio, donde se hablaban las dos lenguas, español y toba.
En las cercanìas habitaban tres grupos bien definidos: los tobas, los gringos, y los criollos.
Los primeros eran de raza pura, orgullosos de su ascendencia, gente muy bien constituìda fìsicamente, altos, de piel cobriza. Los gringos eran los europeos, que tenìan actividades comerciales, o cultivaban la tierra, plantaciones de algodòn, frutales y hortalizas, respetados por los aborìgenes eran los que los empleaban para la recolecciòn de sus productos o para las tareas domèsticas.
Los criollos eran mestizos, despreciados por los aborìgenes. Vivìan marginalmente y no estaban integrados ni a los tobas ni a los gringos.
Ambrosio ejercìa su liderazgo como cacique suplente, ello implicaba resolver algunos conflictos del grupo, aconsejar y tomar determinaciones.
Casi todos pertenecìan a una iglesia pentecostal con una membresìa importante.
Tal como habìa estudiado en los manuales de Misiones Mundiales, ellos tenìan las claves secretas de su cultura a las cuales no me era posible llegar en tan poco tiempo, o tal vez nunca.
Puede que me mostraran lo mejor de sus costumbres, de sus actividades o creencias.
Me destinaron una habitaciòn amplia, con muebles muy sencillos, una gran cama con sàbanas blancas, una silla y una mesita.
Cada noche yo escribìa un diario con las experiencias vividas en la jornada; los chicos ,curiosos ,me espiaban desde la abertura que hacia las veces de ventana, cubierta apenas por una cortina de tela.
Mi presencia los divertìa, apenas contenìan las risas y hablaban en voz muy baja, preguntàndose sin duda què hacìa yo y a què habìa venido.
Por la mañana, mientras me desayunaba a la sombra de un frondoso àrbol en el patio, los chicos me rodearon. Yo habìa llevado una caja de leche en polvo y edulcorante en pastillas, màs algunos sobres de tè, de ese modo solucionaba mis meriendas. Le convidè a uno de los niños y aparecieron de todos lados, era como si brotaran de las tierra, pidièndome: a mì hermana...a mì!. Aquello era para ellos una colaciòn màgica. Entonces les indiquè formar fila y pronto se hizo una larga cola, el entusiasmo era muy grande, una fiesta. Alcanzò para todos. Y yo me ganè sus corazones.
Màs tarde, buscando entender el tema de los roles, les preguntè: Quièn dicen ustedes que soy yo?. Unos segundos de duda y luego casi a coro respondieron: una doctora! Algunos muy tìmidamente agregaron: una maestra. Nadie dijo una misionera o una evangelista. Què desilusiòn para mi!
Estaba claro, sin embargo, vestìa ropa blanca, para no atraer los insectos y atenuar el calor, eso lo habìa aprendido leyendo algunos libros sobre el tema antes de partir, preparaba brebajes endulzados quìmicamente. Los chicos estaban muy acertados en su clasificaciòn. Era una doctora, un mèdico.
Decidì hacer algunos ajustes a mi conducta.
Luego descubrì que aquello de convidar con leche a los niños era un error o un papelòn misionero, como dice Luis Palau, casi grave. Ambrosio me explicò que para los tobas la leche es un veneno. Ellos creen que cuando a los chicos se les alimenta con leche desde temprana edad pueden morir. Desde Suecia enviaban grandes cargamentos de leche en polvo en barcos, que ellos se negaban a consumir.
Uno de los problemas de salud màs importantes en la gente toba es justamente la carencia de calcio. Asì se nota que en la edad adulta, ya desde jòvenes, pierden sus dientes, y tienen problemas en su constituciòn òsea, con algunas deformaciones en las piernas y en los pies.
Otra lecciòn para mi, seguir el consejo de Jesùs cuando envìa los setenta misioneros: "No llevèis bolsa, ni alforja...En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante" (S.Lucas10:4-8).
Tantas veces me arrepentìr de haber llevado el pesado bolso con biblias para vender y mis alimentos envasados.
El bolso era objeto de curiosidad y sospechas de parte de los lugareños, seguramente pensaban: qué traerà la hermana en ese bolso? Serà una vendedora? Los alimentos envasados tal vez significaban un rechazo a sus comidas.
Decidì desde ese momento abrir el bolso y comenzar a regalar algunas biblias a mis anfitriones, esperar el momento en que ellos desayunaban, compartiendo los mates amargos, acompañados de grandes tortas fritas, olvidàndome de mi dieta hipocalòrica. Ahora sì...era casi una misionera! Me estaba ganando la confianza de mis amigos tobas.
Toda la familia dormìa a la intemperie, sobre colchones sin sàbanas. Una noche me invitaron a descansar en el patio y fue una experiencia hermosa, corrìa un aire fresco, bajo un cielo estrellado y luminoso.
Escribir las cosas que vivì en el barrio toba, las reuniones en la iglesia cristiana, su mùsica, sus canciones, me demandarìa varios capìtulos.
Antes de emprender el viaje habìa leìdo un libro muy interesante escrito por una misionera cristiana, Montes de Oca, "Mi Dios y mis tobas".
Creo que bien merece esta maravillosa gente no sòlo una pàgina en un blog, si no otro libro, al cual yo llamarìa "Un señor llamado Toba".
viernes, 11 de noviembre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
Un arma desconocida
Mis amigos al leer mi blog me felicitan, algunos se entusiasman al descubrir mis dotes de escritora, otros se asombran, tal vez porque piensan que una persona en la tercera ,casi cuarta, edad debería estar descansando, mirando fotos, jugando con los nietos, tejiendo medias o haciendo tortas, pero no operando con una computadora... es demasiado!!
Entonces creo que ha llegado el momento de contarles cómo empezó todo, esto de escribir, de editar. Algo que no se dio de un día para otro, pero que sin embargo debo reconocer fue un poco obra de lo que no sé si llamar casualidad o destino.
Enero de 1986, nos habíamos trasladado a la ciudad de Córdoba buscando la posibilidad de que mis hijos estudiaran en la universidad.
Logré un traslado como profesora de nivel medio a la Escuela Nacional de Comercio de Alta Gracia. Cada uno eligió la carrera según su vocación, Bellas Artes el mayor, Historia el segundo. Ana terminaría su secundario en el Liceo N° 2. La adaptación al nuevo ambiente no fue fácil. Habíamos dejado en la ciudad natal amigos y parientes. Sin embargo, el natural entusiasmo de los más jóvenes permitía allanar las dificultades.
Un día alguien dejó una invitación para una reunión en la iglesia evangélica del barrio, Cristo Rey. Se proyectaría la película "Los Diez Mandamientos" una megaproducción de Cecil B. DeMille.
Así comenzó mi amistad con el grupo cristiano al cual me integré en poco tiempo.
En otra oportunidad la invitación fue para una serie de conferencias sobre un tema que me atraía desde hacía mucho: las misiones transculturales.
Me inscribí en los talleres eligiendo uno que conduciría un misionero americano, Jonatan Lewis.
Fue un impacto directo a mi alma, esa misma tarde compré los manuales Misión Mundial, los tres tomos. Y esa noche los "devoré". Mi entusiasmo era tremendo, mientras mi marido dormía yo a su lado leía sin poder detenerme hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada.
Al día siguiente completé la lectura del primer tomo, a la vez con un lápiz escribía en el margen, observaciones, agregados, referencias. Notaba algunos errores de expresión, seguramente por tratarse de una traducción del inglés, y aún de ortografía. Sustituía vocablos, ampliaba. Así me resultada más fácil estudiar el contenido y responder a los cuestionarios al final de los capítulos.
Cuando asistí a la segunda clase además del manual llevaba un cuaderno para tomar apuntes. A mi lado se ubicó una joven muy simpática, extranjera, Marion. Pronto hicimos amistad y en un momento me preguntó: Qué escribes en los márgenes? Le expliqué que eran correcciones. Se mostró muy interesada, me pidió el libro y leyó mis observaciones. En ese momento yo ignoraba que ella era la esposa del escritor, el lider que conducía el estudio.
Al terminar la reunión Marion y su esposo se acercaron a mí, y él se presentó, era el Dr. Jonatan Lewis, una personalidad en el mundo de las misiones, yo no sabía donde meterme de la vergüenza, pensaba que se sentiría ofendido por mi trabajo. Todo lo contrario, me dijo que estaba preparando una nueva edición de sus libros y buscaba una persona capacitada para la corrección. Me citó a su oficina para el día siguiente a las dos de la tarde, hablaríamos sobre la posibilidad de mi incorporación a su equipo de trabajo.
Esa noche casi no dormí de la emoción, claro que tenía mis seria dudas, nunca había hecho una labor de ese tipo, seguramente se trataría de escribir a máquina, pero yo me sentía muy segura en esa área, escribía velozmente, al tacto, y no tenía faltas de ortografía. El tema de los manuales me interesaba y poseía conocimientos básicos de Teología.
Debí apurarme para llegar en el horario fijado. Regresé al mediodía de la escuela de Alta Gracia, atendí a mi familia para el almuerzo y partí para la oficina de Misiones Mundiales en taxi, sería puntual.
Jonatan me esperaba en su despacho, llegamos a un acuerdo con el horario, cuatro horas por día y la retribución, un sueldo igual al que percibía como profesora. Me explicó en qué consistía mi trabajo como secretaria-editora, leer y corregir todo el material que se producía para los cursos de Misionología, luego me mostró la computadora y me dijo: desde ahora es tuya, agregando: ya puedes empezar.
Sentí que el mundo se me desplomaba encima... qué lástima! Había sido un malentendido. Debí confesarle que yo no sabía operar con computadoras. No importa, me dijo Jon, aprenderás. Debo hacer un curso? No, aprenderás aquí, usándola. Mi entusiasmo habia descendido a menos cero.
Casi por obligación me senté frente a la máquina, pulsé algunas teclas y la sentí como un monstruo enemigo que abría sus grandes fauces para devorarme. Ya me aprestaba a levantarme y despedirme, elegía mentalmente las palabras para no ofenderlo y renunciaba antes de empezar.
En ese momento alguien llamó a la puerta de la oficina, era una amiga de Jon, una misionera, Marta, se hicieron las presentaciones. Ellos se apartaron para hablar de sus asuntos de trabajo y yo quedé allí aterrada frente a la máquina infernal en cuya pantalla aparecían líneas y relámpagos, luces y ondas increíbles. No sabía qué hacer. Cómo se apagaría aquello?
De pronto oí la voz de Marta que le preguntaba a Jonatan: Ella también es una misionera?... Se produjo un silencio de breves segundos que para mí fueron una eternidad y escuché la voz de mi jefe que decía, muy seguro de sí: "Si, ella también es una misionera".
Esas pocas palabras obraron como un milagro en mi mente, ya la máquina no era infernal, era una computadora, había dejado de ser un arma desconocida. Sería desde ahora una amiga, una herramienta para servir a Dios.
Ese día comenzó una de las etapas más felices de mi vida, un hermoso tiempo de sonrisas, para Jesús.
Entonces creo que ha llegado el momento de contarles cómo empezó todo, esto de escribir, de editar. Algo que no se dio de un día para otro, pero que sin embargo debo reconocer fue un poco obra de lo que no sé si llamar casualidad o destino.
Enero de 1986, nos habíamos trasladado a la ciudad de Córdoba buscando la posibilidad de que mis hijos estudiaran en la universidad.
Logré un traslado como profesora de nivel medio a la Escuela Nacional de Comercio de Alta Gracia. Cada uno eligió la carrera según su vocación, Bellas Artes el mayor, Historia el segundo. Ana terminaría su secundario en el Liceo N° 2. La adaptación al nuevo ambiente no fue fácil. Habíamos dejado en la ciudad natal amigos y parientes. Sin embargo, el natural entusiasmo de los más jóvenes permitía allanar las dificultades.
Un día alguien dejó una invitación para una reunión en la iglesia evangélica del barrio, Cristo Rey. Se proyectaría la película "Los Diez Mandamientos" una megaproducción de Cecil B. DeMille.
Así comenzó mi amistad con el grupo cristiano al cual me integré en poco tiempo.
En otra oportunidad la invitación fue para una serie de conferencias sobre un tema que me atraía desde hacía mucho: las misiones transculturales.
Me inscribí en los talleres eligiendo uno que conduciría un misionero americano, Jonatan Lewis.
Fue un impacto directo a mi alma, esa misma tarde compré los manuales Misión Mundial, los tres tomos. Y esa noche los "devoré". Mi entusiasmo era tremendo, mientras mi marido dormía yo a su lado leía sin poder detenerme hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada.
Al día siguiente completé la lectura del primer tomo, a la vez con un lápiz escribía en el margen, observaciones, agregados, referencias. Notaba algunos errores de expresión, seguramente por tratarse de una traducción del inglés, y aún de ortografía. Sustituía vocablos, ampliaba. Así me resultada más fácil estudiar el contenido y responder a los cuestionarios al final de los capítulos.
Cuando asistí a la segunda clase además del manual llevaba un cuaderno para tomar apuntes. A mi lado se ubicó una joven muy simpática, extranjera, Marion. Pronto hicimos amistad y en un momento me preguntó: Qué escribes en los márgenes? Le expliqué que eran correcciones. Se mostró muy interesada, me pidió el libro y leyó mis observaciones. En ese momento yo ignoraba que ella era la esposa del escritor, el lider que conducía el estudio.
Al terminar la reunión Marion y su esposo se acercaron a mí, y él se presentó, era el Dr. Jonatan Lewis, una personalidad en el mundo de las misiones, yo no sabía donde meterme de la vergüenza, pensaba que se sentiría ofendido por mi trabajo. Todo lo contrario, me dijo que estaba preparando una nueva edición de sus libros y buscaba una persona capacitada para la corrección. Me citó a su oficina para el día siguiente a las dos de la tarde, hablaríamos sobre la posibilidad de mi incorporación a su equipo de trabajo.
Esa noche casi no dormí de la emoción, claro que tenía mis seria dudas, nunca había hecho una labor de ese tipo, seguramente se trataría de escribir a máquina, pero yo me sentía muy segura en esa área, escribía velozmente, al tacto, y no tenía faltas de ortografía. El tema de los manuales me interesaba y poseía conocimientos básicos de Teología.
Debí apurarme para llegar en el horario fijado. Regresé al mediodía de la escuela de Alta Gracia, atendí a mi familia para el almuerzo y partí para la oficina de Misiones Mundiales en taxi, sería puntual.
Jonatan me esperaba en su despacho, llegamos a un acuerdo con el horario, cuatro horas por día y la retribución, un sueldo igual al que percibía como profesora. Me explicó en qué consistía mi trabajo como secretaria-editora, leer y corregir todo el material que se producía para los cursos de Misionología, luego me mostró la computadora y me dijo: desde ahora es tuya, agregando: ya puedes empezar.
Sentí que el mundo se me desplomaba encima... qué lástima! Había sido un malentendido. Debí confesarle que yo no sabía operar con computadoras. No importa, me dijo Jon, aprenderás. Debo hacer un curso? No, aprenderás aquí, usándola. Mi entusiasmo habia descendido a menos cero.
Casi por obligación me senté frente a la máquina, pulsé algunas teclas y la sentí como un monstruo enemigo que abría sus grandes fauces para devorarme. Ya me aprestaba a levantarme y despedirme, elegía mentalmente las palabras para no ofenderlo y renunciaba antes de empezar.
En ese momento alguien llamó a la puerta de la oficina, era una amiga de Jon, una misionera, Marta, se hicieron las presentaciones. Ellos se apartaron para hablar de sus asuntos de trabajo y yo quedé allí aterrada frente a la máquina infernal en cuya pantalla aparecían líneas y relámpagos, luces y ondas increíbles. No sabía qué hacer. Cómo se apagaría aquello?
De pronto oí la voz de Marta que le preguntaba a Jonatan: Ella también es una misionera?... Se produjo un silencio de breves segundos que para mí fueron una eternidad y escuché la voz de mi jefe que decía, muy seguro de sí: "Si, ella también es una misionera".
Esas pocas palabras obraron como un milagro en mi mente, ya la máquina no era infernal, era una computadora, había dejado de ser un arma desconocida. Sería desde ahora una amiga, una herramienta para servir a Dios.
Ese día comenzó una de las etapas más felices de mi vida, un hermoso tiempo de sonrisas, para Jesús.
lunes, 26 de septiembre de 2011
Tiempos europeos
Creo que lo ideal sería llegar a Europa siendo joven para integrarse rápidamente y tener buenos logros en lo que se refiere al desarrollo personal y profesional.
Sin embargo, puedo decir otra vez "más vale tarde que nunca". Cuando mis hijos me invitaron a compartir con ellos sus vidas en Italia no lo dudé ni un instante, preparé mis valijas, estudié algo la lengua italiana, me despedí de mis amigos y parientes de Argentina y emprendí vuelo con la empresa rusa que en ese momento ofrecía los billetes aéreos a precio más bajo, sin pensar demasiado en riesgos ni peligros.
Las cosas no eran tan fáciles como yo imaginaba y la recepción no fue precisamente con pancartas y globos, mi entusiasmo excedía la realidad, mi ingenuidad en cierta forma me ayudaba a sobrellevar los primeros inconvenientes.
No sabía muy bien en qué rol ubicarme, inmigrante, viajera audaz, trotamundos, como me dijo mi amigo Jon, aventurera, misionera? Tal vez todo a la vez.
De todos modos no había demasiado tiempo para pensar o preocuparse por el rol o la clasificación que me correspondía.
Mi primera ubicación fue un diván en el living de la casa de uno de mis hijos. Comencé a buscar un departamento para instalarme en forma independiente. Una de mis nueras, que ya tenía alguna experiencia en el asunto, un día me habló muy seria, aunque con respeto y dulzura, "No creo que consigas quien te alquile Juana, me dijo, las agencias inmobiliarias exigen recibos de sueldo, referencias y un importe igual a cinco meses de alquiler para firmar un contrato de locación."
No me desanimé, decidí visitar la Biblioteca y consultar allí los avisos clasificados del diario local, Il Giornale di Vicenza. En esa tarea estaba cuando se me acercó Alice, una mujer que había conocido el domingo en la Iglesia, quien me preguntó cordialmente: Usted busca una casa para alquilar? Ante mi respuesta afirmativa, ella agregó: tengo un amigo que busca inquilina para su mini, si quiere la presento hoy mismo.
Pronto concertamos la cita y antes del mediodía estábamos ambas en la casa del propietario. Luego de la presentación nos invitó a conocer el departamento, vecino al suyo. Era de dos ambientes chicos, amueblado y equipado, en un edificio antiguo, en el segundo piso. Carlo me preguntó: Le gusta? y como disculpándose dijo: es un mini... A mí me pareció un palacio! Simple pero acogedor, luminoso, muy bien ubicado, en el barrio Pio X, a pocos metros de la casa de mi hijo Carlos, cerca del centro, donde vivía mi hijo mayor Fernando y no muy lejos de la casa de Anita, la menor.
El contrato se firmaría en pocos días, un apretón de manos cerró el trato, como buenos cristianos, me dijo Carlo mientras me sonreía afable, invitándome a ocuparlo ese mismo día. Esa noche dormí por primera vez en la casa que ahora sería mi domicilio en Vicenza por un largo tiempo.
Un buen comienzo, ya tenía mi lugar, y nuevos amigos.
El segundo paso era conseguir un trabajo para aumentar mis ingresos, entrar en actividad y aprender el idioma.
También eso llegó a través de Maria, a quien conocí en el grupo de la iglesia, ella trabajaba en un geriátrico de la ciudad, el Instituto Salvi y conocía una familia que buscaba una asistente para la madre, una anciana con algún problema ambulatorio, pero sana y lúcida, Miranda, quien sería más adelante mi empleadora y otra amiga muy querida. Habían pasado pocos días, menos de un mes, y ya me hallaba en la casa de la familia que contrató mis servicios como badante, una villetta en la zona suburbana.
El primer día fue para mí una jornada plena de emociones y momentos felices. Miranda me hablaba en lengua veneta y yo le aclaraba: no hablo dialecto. Ella accedió a usar el idioma italiano, no de muy buena gana, y cesó en sus intentos lingüísticos locales.
Durante varios días nos entendíamos en italiano, de mi parte básico, de parte de mi empleadora un poco forzado. Hasta que por fin me dijo, suspirando: "Che fatica parlare tutto il giorno italiano!" (Qué cansancio hablar todo el dia italiano!). Bueno...concedí, puede hablarme en dialecto, trataré de entenderla.
Luego de un tiempo no muy largo ya nos comunicábamos perfectamente y de esa manera, poco a poco, yo aprendía una nueva lengua. Algo que me enriquecía y me permitía ganar nuevos amigos.
Las experiencias, los días compartidos con Miranda y su familia, merecen un capítulo aparte en mi blog. Fue uno de los períodos más felices en el proceso de adaptación e integración. Un tiempo de sonrisas con muy pocas lágrimas.
Sin embargo, puedo decir otra vez "más vale tarde que nunca". Cuando mis hijos me invitaron a compartir con ellos sus vidas en Italia no lo dudé ni un instante, preparé mis valijas, estudié algo la lengua italiana, me despedí de mis amigos y parientes de Argentina y emprendí vuelo con la empresa rusa que en ese momento ofrecía los billetes aéreos a precio más bajo, sin pensar demasiado en riesgos ni peligros.
Las cosas no eran tan fáciles como yo imaginaba y la recepción no fue precisamente con pancartas y globos, mi entusiasmo excedía la realidad, mi ingenuidad en cierta forma me ayudaba a sobrellevar los primeros inconvenientes.
No sabía muy bien en qué rol ubicarme, inmigrante, viajera audaz, trotamundos, como me dijo mi amigo Jon, aventurera, misionera? Tal vez todo a la vez.
De todos modos no había demasiado tiempo para pensar o preocuparse por el rol o la clasificación que me correspondía.
Mi primera ubicación fue un diván en el living de la casa de uno de mis hijos. Comencé a buscar un departamento para instalarme en forma independiente. Una de mis nueras, que ya tenía alguna experiencia en el asunto, un día me habló muy seria, aunque con respeto y dulzura, "No creo que consigas quien te alquile Juana, me dijo, las agencias inmobiliarias exigen recibos de sueldo, referencias y un importe igual a cinco meses de alquiler para firmar un contrato de locación."
No me desanimé, decidí visitar la Biblioteca y consultar allí los avisos clasificados del diario local, Il Giornale di Vicenza. En esa tarea estaba cuando se me acercó Alice, una mujer que había conocido el domingo en la Iglesia, quien me preguntó cordialmente: Usted busca una casa para alquilar? Ante mi respuesta afirmativa, ella agregó: tengo un amigo que busca inquilina para su mini, si quiere la presento hoy mismo.
Pronto concertamos la cita y antes del mediodía estábamos ambas en la casa del propietario. Luego de la presentación nos invitó a conocer el departamento, vecino al suyo. Era de dos ambientes chicos, amueblado y equipado, en un edificio antiguo, en el segundo piso. Carlo me preguntó: Le gusta? y como disculpándose dijo: es un mini... A mí me pareció un palacio! Simple pero acogedor, luminoso, muy bien ubicado, en el barrio Pio X, a pocos metros de la casa de mi hijo Carlos, cerca del centro, donde vivía mi hijo mayor Fernando y no muy lejos de la casa de Anita, la menor.
El contrato se firmaría en pocos días, un apretón de manos cerró el trato, como buenos cristianos, me dijo Carlo mientras me sonreía afable, invitándome a ocuparlo ese mismo día. Esa noche dormí por primera vez en la casa que ahora sería mi domicilio en Vicenza por un largo tiempo.
Un buen comienzo, ya tenía mi lugar, y nuevos amigos.
El segundo paso era conseguir un trabajo para aumentar mis ingresos, entrar en actividad y aprender el idioma.
También eso llegó a través de Maria, a quien conocí en el grupo de la iglesia, ella trabajaba en un geriátrico de la ciudad, el Instituto Salvi y conocía una familia que buscaba una asistente para la madre, una anciana con algún problema ambulatorio, pero sana y lúcida, Miranda, quien sería más adelante mi empleadora y otra amiga muy querida. Habían pasado pocos días, menos de un mes, y ya me hallaba en la casa de la familia que contrató mis servicios como badante, una villetta en la zona suburbana.
El primer día fue para mí una jornada plena de emociones y momentos felices. Miranda me hablaba en lengua veneta y yo le aclaraba: no hablo dialecto. Ella accedió a usar el idioma italiano, no de muy buena gana, y cesó en sus intentos lingüísticos locales.
Durante varios días nos entendíamos en italiano, de mi parte básico, de parte de mi empleadora un poco forzado. Hasta que por fin me dijo, suspirando: "Che fatica parlare tutto il giorno italiano!" (Qué cansancio hablar todo el dia italiano!). Bueno...concedí, puede hablarme en dialecto, trataré de entenderla.
Luego de un tiempo no muy largo ya nos comunicábamos perfectamente y de esa manera, poco a poco, yo aprendía una nueva lengua. Algo que me enriquecía y me permitía ganar nuevos amigos.
Las experiencias, los días compartidos con Miranda y su familia, merecen un capítulo aparte en mi blog. Fue uno de los períodos más felices en el proceso de adaptación e integración. Un tiempo de sonrisas con muy pocas lágrimas.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Una vida con propósito
Cuando comencé mi blog tenía la intención de escribir mi autobiografía, para mí y especialmente para mis descendientes.
Es algo muy natural en el ser humano buscar sus raíces, conocer la historia de su familia, poder diagramar el árbol genealógico, como una manera de afirmarse y valorarse de manera justa y correcta.
En mi caso no me ha resultado difícil recordar mi nacimiento, conocido a través del relato de mis padres, mi infancia y adolescencia, mi juventud, gracias a recuerdos, fotos y testimonios varios. Algo más difícil es dibujar mi árbol, en esto me ayuda mi hijo Carlos, profesor de Historia, amante de investigaciones de ese tipo.
Siempre me dolió no haber conocido a ninguno de mis abuelos, cuando era chica buscaba en cada anciano de mi barrio un abuelo; iba al almacén de la esquina, me ponía cerca de una viejita y me imaginaba que era mi abuela, la había elegido hacía mucho y siempre la buscaba junto al mostrador, mientras esperábamos que el almacenero nos atendiera. Claro que ella nunca se enteró de mi fantasía, era mi secreto, pero yo era feliz por un momento, aunque no lo podía compartir con nadie, se burlarían o me considerarían ridícula.
Siendo adolescente la tía Benita llenó ese espacio vacío, ella era tía y abuela a la vez, para mí y para mi hermana.
De mi abuelo materno sólo tenía algunos datos, ninguna foto. De la abuela Victoria una foto grupal de ella rodeada de sus hijos, tenía cincuenta años, para ese entonces era una anciana respetable, una dama muy seria y formal, sentada junto a las menores, Magdalena y Amalia mi madre, en la fila de atrás los varones, y las mayores, Juana, Victoria, Benita, Josefa, y los demás, diez en total. Todos vestidos con sus mejores galas, prolijamente peinados y arreglados. Corría el 1920 y una foto de familia era un gran acontecimiento social e histórico.
De los abuelos paternos no tengo ni siquiera una foto, sólo el recuerdo de algunas anécdotas de mi padre y una hoja de cuaderno donde él escribió el nombre de su papá ,Estefano Costa y de su mamá, Juana Galeano.
Cuando mi padre viajaba con su camión transportando cítricos por la Mesopotamia argentina, visitó su ciudad natal en Entre Ríos y retiró del Registro Civil copias del acta de defunción de su mamá y su único hermano, Luis. Un verdadero tesoro. Así el árbol paterno es chiquito, con pocas raíces, nada que ver con el recio árbol materno enraizado en Europa, algo que me consuela y levanta mi autoestima, con antepasados vascos y hasta un escudo de familia!
Buscando raíces, hurgando en el viejo baúl de los recuerdos, mirando y comparando fotos amarillentas, preguntando a los más viejos. De mi familia paterna quedamos sólo mi hermana menor y yo, mis otros hermanos, Lola y Luis, murieron antes de los cincuenta. Yo estudio el pasado, trato de recordar, comparto la pasión histórica con mis hijos, en cambio mi hermana tiene una actitud contraria, no le interesa el pasado, quema fotos y cartas, es como si dijera: borrón y cuenta nueva!
A mí me parece mejor conocer lo anterior para construir lo por venir, pensando que tengo una base, un lugar con raíces, tratando de mejorar y lograr buenos frutos.
Cuando tenía poco más de treinta, una amiga me hablaba de Dios y en un momento me dijo: sabes que Dios tiene un plan para tu vida? Aquello me pareció maravilloso, coincidía con mi anhelo de construir y vivir una vida con propósito, una vida como un proyecto, para mí y para mis descendientes.
Ahora la búsqueda era a la vez un camino, un largo camino en el cual no estaba sola, había una meta, tenía un derrotero y una luz que me alumbraba, mi Fe.
Y tantas cosas por hacer, estudios, trabajos, la familia, la profesión, las ambiciones, los triunfos y los fracasos, una larga sucesión de lágrimas y sonrisas.
Es algo muy natural en el ser humano buscar sus raíces, conocer la historia de su familia, poder diagramar el árbol genealógico, como una manera de afirmarse y valorarse de manera justa y correcta.
En mi caso no me ha resultado difícil recordar mi nacimiento, conocido a través del relato de mis padres, mi infancia y adolescencia, mi juventud, gracias a recuerdos, fotos y testimonios varios. Algo más difícil es dibujar mi árbol, en esto me ayuda mi hijo Carlos, profesor de Historia, amante de investigaciones de ese tipo.
Siempre me dolió no haber conocido a ninguno de mis abuelos, cuando era chica buscaba en cada anciano de mi barrio un abuelo; iba al almacén de la esquina, me ponía cerca de una viejita y me imaginaba que era mi abuela, la había elegido hacía mucho y siempre la buscaba junto al mostrador, mientras esperábamos que el almacenero nos atendiera. Claro que ella nunca se enteró de mi fantasía, era mi secreto, pero yo era feliz por un momento, aunque no lo podía compartir con nadie, se burlarían o me considerarían ridícula.
Siendo adolescente la tía Benita llenó ese espacio vacío, ella era tía y abuela a la vez, para mí y para mi hermana.
De mi abuelo materno sólo tenía algunos datos, ninguna foto. De la abuela Victoria una foto grupal de ella rodeada de sus hijos, tenía cincuenta años, para ese entonces era una anciana respetable, una dama muy seria y formal, sentada junto a las menores, Magdalena y Amalia mi madre, en la fila de atrás los varones, y las mayores, Juana, Victoria, Benita, Josefa, y los demás, diez en total. Todos vestidos con sus mejores galas, prolijamente peinados y arreglados. Corría el 1920 y una foto de familia era un gran acontecimiento social e histórico.
De los abuelos paternos no tengo ni siquiera una foto, sólo el recuerdo de algunas anécdotas de mi padre y una hoja de cuaderno donde él escribió el nombre de su papá ,Estefano Costa y de su mamá, Juana Galeano.
Cuando mi padre viajaba con su camión transportando cítricos por la Mesopotamia argentina, visitó su ciudad natal en Entre Ríos y retiró del Registro Civil copias del acta de defunción de su mamá y su único hermano, Luis. Un verdadero tesoro. Así el árbol paterno es chiquito, con pocas raíces, nada que ver con el recio árbol materno enraizado en Europa, algo que me consuela y levanta mi autoestima, con antepasados vascos y hasta un escudo de familia!
Buscando raíces, hurgando en el viejo baúl de los recuerdos, mirando y comparando fotos amarillentas, preguntando a los más viejos. De mi familia paterna quedamos sólo mi hermana menor y yo, mis otros hermanos, Lola y Luis, murieron antes de los cincuenta. Yo estudio el pasado, trato de recordar, comparto la pasión histórica con mis hijos, en cambio mi hermana tiene una actitud contraria, no le interesa el pasado, quema fotos y cartas, es como si dijera: borrón y cuenta nueva!
A mí me parece mejor conocer lo anterior para construir lo por venir, pensando que tengo una base, un lugar con raíces, tratando de mejorar y lograr buenos frutos.
Cuando tenía poco más de treinta, una amiga me hablaba de Dios y en un momento me dijo: sabes que Dios tiene un plan para tu vida? Aquello me pareció maravilloso, coincidía con mi anhelo de construir y vivir una vida con propósito, una vida como un proyecto, para mí y para mis descendientes.
Ahora la búsqueda era a la vez un camino, un largo camino en el cual no estaba sola, había una meta, tenía un derrotero y una luz que me alumbraba, mi Fe.
Y tantas cosas por hacer, estudios, trabajos, la familia, la profesión, las ambiciones, los triunfos y los fracasos, una larga sucesión de lágrimas y sonrisas.
jueves, 28 de julio de 2011
Dos mundos
Decía en mi nota anterior que salir hace bien y regresar también. Tal vez lo que hace bien es estar un tiempo afuera, lejos del calor del nido, conociendo y viviendo otras experiencias.
Cuando hice mi primer viaje al exterior, a Brasil, entendí porqué mi amigo Jonatán me decía siempre que pasar la frontera me haría bien, me enriquecería, ampliaría mi visión.
Desde hacía un tiempo sentía el llamado a las misiones transculturales, estudiaba el tema, investigaba, intercambiaba ideas con personas que se movían en el campo misionero cristiano. Entonces mi alma se encendía en un fuego, en una pasión por las almas, en el deseo de IR.
IR...adónde? Estaba dispuesta a todo, a dejar mi casa, mi país, mis amigos.
Sin embargo me frenaba la duda, no de mi vocación, si no de la posibilidad de concretar mis sueños. Veía todos los impedimentos, la familia, el hecho de ser mujer, sola en mi visión. Con cargas y compromisos de todo tipo.
Entonces renunciaba a los proyectos antes de concretarlos.
Por fin un día decidí terminar con aquellos sueños disparatados y me hice del suficiente valor para quemar toda la literatura, los apuntes, mis escritos, fotos y recortes sobre misiones. Con decisión hice una pira en el patio de mi casa, en el huerto, lo rocié con querosén y le puse un fósforo.
Mientras veía levantarse las llamas me sentía liberada, ya está, basta! Ahora mejor te dedicas a algo real y verdadero, algo factible, tu familia que te necesita, tu profesión docente, los amigos, los alumnos...y a otra cosa!
Pasaron algunos años. Casi me había olvidado. Pero Alguien no se había olvidado de mis peticiones. Alguien que me amaba y creía en mí, Alguien que me había elegido: mi Dios, mi Señor.
Sucedió todo lo soñado cuando ya no pensaba casi en ello. Mis hijos viajaron al exterior en busca de un porvenir mejor, se establecieron en Europa, me llamaron para compartir sus vidas.
Quienes alguna vez fueron mis "cargas" hoy eran los pioneros, aquellos que parecían atarme a la tierra natal, a las obligaciones, hoy me llevaban consigo, hoy me ayudaban a cumplir mi voto, cuando le dije al Señor: Heme aquí, yo iré!
Una misionera solitaria? Muy lejos estaba de cumplir con el modelo que había estudiado en el curso de Misionología, que hablaba de jóvenes "under 30", sostenidos por una iglesia enviadora o por una agencia misionera reconocida. Ni siquiera hablaba inglés, apenas operaba con una computadora antigua.
Todo eso no era impedimento para mi enviador, para mi Maestro.
En poco tiempo adquirí todo lo que me faltaba, conocimiento de otros idiomas, de medios de comunicación, internet, etc. La base estaba, en mi país había estudiado lo suficiente como para ir ampliando, había tenido buenos maestros y líderes.
Y pronto me vi en una actividad misionera diferente a la proyectada en los manuales, fuera de los modelos tradicionales, pero que yo sentía en mi corazón como la mejor no por su calidad intelectual tal vez, sino por seguir la voluntad de Aquel que me amó lo suficiente para creer en mí, para usarme a favor de su causa, como obrera, como soldado, humildemente. La condición era una sola: ser obediente. Y puse mi alma y mi ser en cumplir con lo que mi Señor me pedía.
Misionera para Cristo. La base estaba dada, las condiciones también. No estaba sola aunque había llegado sola.
Cuando recién entré en el Camino cristiano le pregunté a una amiga que tenía mucho conocimiento en las cosas de Dios, qué es servir al Señor? Y ella me respondió: todo lo que tu hagas por Él es servicio, leer la Biblia, compartir la lectura con tu familia, con tus amigos, orar, reunirte con otros cristianos, obedecerlo.
Ahora estaba lejos de mi tierra, lejos de la iglesia que me ayudó a crecer, del instituto bíblico, de mis maestros, de los pastores, pero no estaba sola, había otros hermanos en la fe que me recibían con amor, que me brindaban su apoyo.
Y entraba en un mundo nuevo, en un campo misionero muy grande. Conocía y trataba con personas de otras culturas, de otras razas, de otras lenguas.
Aprendía a amar a los que eran diferentes, a amarlos tanto como para orar por ellos aunque adoraban otro dios, tenían otras religiones, y a veces ni siquiera habían oído nunca el nombre Jesús, o no les interesaba saber quién era. Ahora tenía que apelar a mi creatividad día a día, para lograr técnicas nuevas de aproximación y de comunicación, tenía que aprender a ser testigo sin hablar, ahora debía ser muchas veces simplemente el quinto evangelio. Y callar para cumplir con la gran comisión, tratando de morir a mí misma para resucitar cada día con Jesús.
No reuniría multitudes, no alcanzaría miles, pero era feliz ganando un amigo, un alma para llevarla a los pies de mi Señor.
Ahora era, por fin, una misionera transcultural! Gracias, Dios!
Cuando hice mi primer viaje al exterior, a Brasil, entendí porqué mi amigo Jonatán me decía siempre que pasar la frontera me haría bien, me enriquecería, ampliaría mi visión.
Desde hacía un tiempo sentía el llamado a las misiones transculturales, estudiaba el tema, investigaba, intercambiaba ideas con personas que se movían en el campo misionero cristiano. Entonces mi alma se encendía en un fuego, en una pasión por las almas, en el deseo de IR.
IR...adónde? Estaba dispuesta a todo, a dejar mi casa, mi país, mis amigos.
Sin embargo me frenaba la duda, no de mi vocación, si no de la posibilidad de concretar mis sueños. Veía todos los impedimentos, la familia, el hecho de ser mujer, sola en mi visión. Con cargas y compromisos de todo tipo.
Entonces renunciaba a los proyectos antes de concretarlos.
Por fin un día decidí terminar con aquellos sueños disparatados y me hice del suficiente valor para quemar toda la literatura, los apuntes, mis escritos, fotos y recortes sobre misiones. Con decisión hice una pira en el patio de mi casa, en el huerto, lo rocié con querosén y le puse un fósforo.
Mientras veía levantarse las llamas me sentía liberada, ya está, basta! Ahora mejor te dedicas a algo real y verdadero, algo factible, tu familia que te necesita, tu profesión docente, los amigos, los alumnos...y a otra cosa!
Pasaron algunos años. Casi me había olvidado. Pero Alguien no se había olvidado de mis peticiones. Alguien que me amaba y creía en mí, Alguien que me había elegido: mi Dios, mi Señor.
Sucedió todo lo soñado cuando ya no pensaba casi en ello. Mis hijos viajaron al exterior en busca de un porvenir mejor, se establecieron en Europa, me llamaron para compartir sus vidas.
Quienes alguna vez fueron mis "cargas" hoy eran los pioneros, aquellos que parecían atarme a la tierra natal, a las obligaciones, hoy me llevaban consigo, hoy me ayudaban a cumplir mi voto, cuando le dije al Señor: Heme aquí, yo iré!
Una misionera solitaria? Muy lejos estaba de cumplir con el modelo que había estudiado en el curso de Misionología, que hablaba de jóvenes "under 30", sostenidos por una iglesia enviadora o por una agencia misionera reconocida. Ni siquiera hablaba inglés, apenas operaba con una computadora antigua.
Todo eso no era impedimento para mi enviador, para mi Maestro.
En poco tiempo adquirí todo lo que me faltaba, conocimiento de otros idiomas, de medios de comunicación, internet, etc. La base estaba, en mi país había estudiado lo suficiente como para ir ampliando, había tenido buenos maestros y líderes.
Y pronto me vi en una actividad misionera diferente a la proyectada en los manuales, fuera de los modelos tradicionales, pero que yo sentía en mi corazón como la mejor no por su calidad intelectual tal vez, sino por seguir la voluntad de Aquel que me amó lo suficiente para creer en mí, para usarme a favor de su causa, como obrera, como soldado, humildemente. La condición era una sola: ser obediente. Y puse mi alma y mi ser en cumplir con lo que mi Señor me pedía.
Misionera para Cristo. La base estaba dada, las condiciones también. No estaba sola aunque había llegado sola.
Cuando recién entré en el Camino cristiano le pregunté a una amiga que tenía mucho conocimiento en las cosas de Dios, qué es servir al Señor? Y ella me respondió: todo lo que tu hagas por Él es servicio, leer la Biblia, compartir la lectura con tu familia, con tus amigos, orar, reunirte con otros cristianos, obedecerlo.
Ahora estaba lejos de mi tierra, lejos de la iglesia que me ayudó a crecer, del instituto bíblico, de mis maestros, de los pastores, pero no estaba sola, había otros hermanos en la fe que me recibían con amor, que me brindaban su apoyo.
Y entraba en un mundo nuevo, en un campo misionero muy grande. Conocía y trataba con personas de otras culturas, de otras razas, de otras lenguas.
Aprendía a amar a los que eran diferentes, a amarlos tanto como para orar por ellos aunque adoraban otro dios, tenían otras religiones, y a veces ni siquiera habían oído nunca el nombre Jesús, o no les interesaba saber quién era. Ahora tenía que apelar a mi creatividad día a día, para lograr técnicas nuevas de aproximación y de comunicación, tenía que aprender a ser testigo sin hablar, ahora debía ser muchas veces simplemente el quinto evangelio. Y callar para cumplir con la gran comisión, tratando de morir a mí misma para resucitar cada día con Jesús.
No reuniría multitudes, no alcanzaría miles, pero era feliz ganando un amigo, un alma para llevarla a los pies de mi Señor.
Ahora era, por fin, una misionera transcultural! Gracias, Dios!
viernes, 24 de junio de 2011
Una prueba
Han pasado muchos años , màs de treinta, y aún no puedo evitar el sentir cierto temor cuando recuerdo hechos acaecidos en mi vida en el tiempo del gobierno de tiranía militar. Varias veces quise escribir sobre esto pero desistí, me contuvo la idea de que en algun momento pueda volver la persecución, el terror, la injusticia.
En aquel tiempo yo prestaba servicios como docente en la Escuela Nacional de mi ciudad.
Una mañana el director me llamó a su despacho, algo que no era habitual. Una vez frente a él, me extendió una circular y me dijo: "Quiero que lea la nota que recibí hoy."
En la misma se solicitaba a las autoridades escolares presentar una lista del personal del establecimiento que perteneciera a grupos religiosos considerados ilegales por decreto gubernamental, especialmente a los llamados “Testigos de Jehová”.
Firmaban al pie representantes de la Junta Militar. Decìa: Buenos Aires, julio de 1978.
"Yo se -dijo el hombre- que Ud. forma parte de ese grupo, sin embargo no la voy a denunciar, sólo le pido que no comente esto y le agradezco que cante el himno en los actos patrióticos y salude la bandera nacional, cosas que su religión le prohibe, a fin de no comprometerme."
Me retiré en silencio, agradeciéndole su reserva pero firmemente decidida en mi interior a no claudicar ni negar mis principios. Nadie me prohibía nada. Era respetuosa de los valores civiles pero no me consideraba obligada a rendir homenajes ni culto a nadie ni nada que no fuera exclusivamente mi Dios, había un mandato bíblico al respecto: “...No te harás imagen...No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...” (Éxodo 20:5).
Poco después se celebraba un día patrio, el director me llamó a su lado presidiendo el grupo de docentes que ocupaba un sitio de honor al frente del alumnado reunido en el patio de la escuela. Tal vez quería comprobar mi acatamiento a las órdenes militares.
Permanecí en actitud de respeto pero sin reverenciar los símbolos patrios. Había pasado la prueba. Nadie me denunció, no me persiguieron. Entretanto llegaban noticias desde Buenos Aires de detenciones de líderes religiosos. Hoy se sabe que muchos de ellos, considerados subversivos, fueron arrojados al Río de la Plata desde aviones militares y forman parte de los “Desaparecidos”, como los llama la prensa internacional.
Mi país cambió, yo también. Ya no formo parte de ningún grupo o secta religiosa. Me afirmé en mi fidelidad a Dios sin prohibiciones ni miedos. Me siento libre, para adorar al Dios que elegí y para respetar a mi patria sin necesidad de reverencias impuestas.
Luego de muchos años me encontré casualmente con el director de la escuela. Nos saludamos con alegría y recordamos viejos tiempos. No hablamos de cosas tristes. Puede que aún el tema de las persecuciones militares para Hugo y para mi, fuera un tema tabù. Recuerdos que hoy forman parte del “Nunca más”.
jueves, 23 de junio de 2011
Desaparecidos
Aùn siento temor, a pesar de los años transcurridos al recordar los momentos vividos, el peligro y la posibilidad de ser una màs del grupo de "los desaparecidos", como suele llamarlos la prensa internacional.
Una mañana, el director de la Escuela Nacional donde prestaba servicios como profesora me llamò a su despacho, cosa que no era comùn. Pensè en algùn problema con los alumnos, aunque notè que el hombre estaba muy serio y preocupado. Entonces estendièndome una nota que habia recibido ese dia me dijo: quiero que se entere del contenido de esta circular. Esta dirigida a la Direcciòn de la escuela y expresaba la orden de responder enviando una lista del personal que perteneciera al grupo religioso Testigos de Jehovà, firmaban al pie autoridades militares. Cuando le devolvì el papel, agregò con tono firme: me consta que Ud. forma parte de ese grupo, sin embargo no voy a denunciarla, sòlo le pido que guarde silencio sobre este asunto y que en los actos patrios salude a la bandera y cante el himno, porque entiendo que su religiòn le prohibe ambas cosas.
Desde hacia un tiempo yo servìa a Dios con los Testigos, conducìa estudios bìblicos y predicaba, visitaba familias y desarrollaba una intensa labor como lider.
El gobierno militar ejercia una fèrrea persecuciòn contra lo que ellos consideraban "subversivos", polìticos o religiosos. Las reuniones eran secretas.
Le devolvì la hoja en silencio. Aunque no se lo dije por respeto aquello no me amedrentaba, interiormente me sentìa firmemente decidida a no cambiar de actitud ya que se fundamentaba en principios muy claros para mì.
Pocos dias despuès se festejaba un dia patrio, el director me llamò a su lado junto al grupo de profesores que presidian la reuniòn en el patio de la escuela. Era indudable que queria comprobar mi acatamiento a la orden superior.
Cuando todos comenzaron a cantar el himno nacional saludando con reverencia los sìmbolos patrios, yo permanecì impasible, con la boca cerrada.
Ha pasado mucho tiempo. Pasaron muchas cosas en el pais,muchos "subversivos"
Una mañana, el director de la Escuela Nacional donde prestaba servicios como profesora me llamò a su despacho, cosa que no era comùn. Pensè en algùn problema con los alumnos, aunque notè que el hombre estaba muy serio y preocupado. Entonces estendièndome una nota que habia recibido ese dia me dijo: quiero que se entere del contenido de esta circular. Esta dirigida a la Direcciòn de la escuela y expresaba la orden de responder enviando una lista del personal que perteneciera al grupo religioso Testigos de Jehovà, firmaban al pie autoridades militares. Cuando le devolvì el papel, agregò con tono firme: me consta que Ud. forma parte de ese grupo, sin embargo no voy a denunciarla, sòlo le pido que guarde silencio sobre este asunto y que en los actos patrios salude a la bandera y cante el himno, porque entiendo que su religiòn le prohibe ambas cosas.
Desde hacia un tiempo yo servìa a Dios con los Testigos, conducìa estudios bìblicos y predicaba, visitaba familias y desarrollaba una intensa labor como lider.
El gobierno militar ejercia una fèrrea persecuciòn contra lo que ellos consideraban "subversivos", polìticos o religiosos. Las reuniones eran secretas.
Le devolvì la hoja en silencio. Aunque no se lo dije por respeto aquello no me amedrentaba, interiormente me sentìa firmemente decidida a no cambiar de actitud ya que se fundamentaba en principios muy claros para mì.
Pocos dias despuès se festejaba un dia patrio, el director me llamò a su lado junto al grupo de profesores que presidian la reuniòn en el patio de la escuela. Era indudable que queria comprobar mi acatamiento a la orden superior.
Cuando todos comenzaron a cantar el himno nacional saludando con reverencia los sìmbolos patrios, yo permanecì impasible, con la boca cerrada.
Ha pasado mucho tiempo. Pasaron muchas cosas en el pais,muchos "subversivos"
martes, 7 de junio de 2011
Regresando al Paraíso
Los que viajamos decimos que venir a Europa nos “abre la cabeza”, nos da una visión renovada de todo, de las cosas que nos rodean, de los otros y de nosotros.
Puedo ampliar el concepto. Venir nos cambia, regresar también. Tal vez por eso dicen que “Partir es morir un poco”. Es muerte y es vida. Es crecer y evolucionar, hace bien.
La lejanía envuelve los recuerdos en una neblina de olvido y de idealización. Aquello, el país, los amigos, los parientes, pasa a ser perfecto, único. Como dice un tango de Gardel: “...Volver, con el alma aferrada a un dulce recuerdo...” con el anhelo de regresar a la infancia perdida, la casa paterna, los juegos y los romances juveniles. La realidad queda de este lado del océano, con sus problemas y preocupaciones, con las situaciones personales o circunstanciales a veces penosas o difíciles de sobrellevar, casi siempre sin solucionar.
Yo diría que partir es huir un poco, buscando en otra parte la felicidad, la paz interior, el Paraíso recuperado. Y qué mejor lugar que volver al punto de partida? A una situación casi embrionaria, por el camino de las miguitas que se dejaron esparcidas marcando el sendero, como un personaje de los cuentos infantiles, aquel que se perdía en el bosque, creo que era Pulgarcito.
Llegué a mi ciudad natal en octubre del 2010, regresé a mi casa en Italia en marzo del 2011. Cinco meses en el Paraíso? Bueno... no tanto, digamos en mi país de origen. Luego de un viaje de más de veinticuatro horas, pasando por Chile, llegué a Ezeiza en las primeras horas del día y esperé que saliera el sol para tomar el bus que me llevaría a Colón. Cinco horas más cruzando Buenos Aires hacia el norte.
El paisaje era muy diferente al europeo. Ahora todo era amplio, grande, el horizonte se veía siempre ante mis ojos como una línea casi pura, podía contar las nubes, o entretenerme con las siluetas que formaban: una señora tomando sol, un angelito regordete, una carroza tirada por dos caballos alados. Otra opción era mirar las figuras reales, niños corriendo o jugando, perros sueltos de todos los colores y tamaños, un viejo carro cargado con cartones conducido por un robusto percherón o los puestos callejeros que preparaban choripanes o grandes hotdog, que se vendían por pocos centavos, una multidud de vendedores ambulantes, de helados, sánguches y gaseosas, todo más o menos casero, sin etiquetas y por supuesto sin fecha de vencimiento o indicación de los ingredientes, cosa impensable en Europa. Interiormente me prometía no comprar ni consumir aquello que consideraba comida chatarra, contaminada y engordante. Luego de dos o tres horas de viaje y después de haber rechazado los ofrecimientos de los muchachos que subían en cada parada del bus, acuciada por el hambre y la sed, claudiqué y adquirí un sánguche de jamón y queso y una latita de gaseosa light, devoré todo con gusto. Estaban exquisitos!! Parecían frescos, recién hechos, el vendedor no usaba pinzas ni guantes, pero los alimentos venían en bolsitas y el joven que me los alcanzó era muy simpático. Estaba otra vez en el Paraíso argentino. “Welcome to Buenos Aires”.
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