No puedo evitar el hacer comparaciones entre mi adolescencia y la de mis nietas, sin embargo encuentro diferencias pero no condeno ni premio a ninguna, en el fondo siempre está el mismo impulso vital, el de la juventud que busca, que anhela, a veces no sabe muy bien qué cosa pero avanza inexorable.
Trabajar era una necesidad y a la vez un placer. Durante todo el año con mi hermana hacíamos sobres para un taller gráfico del barrio; entramos recomendadas por una compañera de la escuela primaria cuando yo cursaba sexto grado y Lola cuarto, la retribución era muy baja, pocos centavos cada cien piezas, pero ganábamos el dinero que nos permitía cubrir nuestros gastos escolares y aún aportar algo para la casa. A veces mamá nos ayudaba cuando había una entrega de urgencia o el material era difícil de trabajar, sobres de celofán o de papel muy fino, si el bulto era muy pesado también papá colaboraba llevando los paquetes. Hicimos ese trabajo durante más de cinco años.
En las vacaciones tomábamos otros empleos. Las clases terminaban en noviembre y ya el primero de diciembre muy temprano comprábamos el diario al canillita de Venezuela y Bolívar para marcar los pedidos de cadetas. En el verano del primer año del secundario fue el trabajo como secretaria en la imprenta, en el del segundo un diario alemán me contrató para escribir a mano sobres publicitarios; era una tarea pesada y mal pagada, en un ambiente desagradable al cual no pude integrarme y finalmente me despidieron. Un fracaso exitoso que me permitió evaluar desde entonces con mas cuidado las ofertas lavorativas.
Cuando finalizó mi tercer año ocurrió algo maravilloso: con mi hermana nos habíamos anotado en una lista de vacaciones escolares, sin hacernos muchas ilusiones. Era todo gratis, pagado por el gobierno, diez días en una ciudad balnearia, Chapadmalal, a pocos kilómetros de Mar del Plata. Las aspirantes eran muchas, de todas las escuelas secundarias de la Capital. Tuvimos la suerte de resultar favorecidas y nos avisaron antes del fin del ciclo lectivo que salíamos en los micros especiales en el primer turno de diciembre. Para mi hermana y para mí era el primer verano junto al mar. Mis padres firmaron la autorización y partimos hacia la aventura.
Diez días que parecían diez años, con tantas cosas interesantes, amistades, diversiones, paseos; a veces me parecía vivir un cuento de hadas, todo nuevo y hermoso. Se trataba de un complejo turístico de ocho grandes edificios de varias plantas en estilo californiano, frente al mar, con conexiones directas a las más importantes ciudades costeras. El N° 5 estaba destinado a las integrantes de la U.E.S. (Unión de Estudiantes Secundarios), con habitaciones triples, amplios ventanales, comedores lujosos, menús especiales, algo que hubiera sido inalcanzable para el presupuesto de mi familia. Nos dividían por turnos y sexos, Rama Femenina y Rama masculina.
Tiempos de Evita y Perón. En el plan de política social el presidente y su esposa habían considerado todo lo referido a los estudiantes: vacaciones, deportes, actividades extra-escolares. Mi padre no era peronista, se mostraba como contrario a una política que consideraba demagógica, mi madre no opinaba ni se interesaba mayormente del tema. Mi hermana y yo tampoco sabíamos nada de política pero éramos muy felices con las vacaciones regaladas. Pasarían muchos años antes de que toda la familia hiciera alguna revisión histórica y tomara distintas posiciones. Hasta papá cambió sus ideales. Pero esa es otra historia.
domingo, 2 de mayo de 2010
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