lunes, 26 de abril de 2010

Pequeña secretaria

El primer año en la escuela secundaria fue rico en experiencias y apredizajes. Eran siete divisiones de treinta y cinco o màs alumnas. En el turno mañana funcionaba la Escuela Nacional de Comercio N°5 Gral. San Martin, para varones, y en el de la tarde la Escuela Nacional de Comercio N°6 para Señoritas. El edificio, de dos plantas, estaba ubicado en la calle Belgrano al 2.200, casi esquina Pichincha, en el barrio Once.

En mi aula eramos cuarenta y cuatro alumnas. El plan de estudios tenìa como objetivo preparar a las estudiantes de modo tal que al llegar a tercer año pudieran ejercer trabajos de Secretaria en empresas comerciales; asì tenìamos Mecanografìa, Estenografìa y Contabilidad como materias pràcticas.

Cuando finalicè el primer año mi padre me presentò a un amigo, propietario de la imprenta Chile quien necesitaba una cadeta para su empresa. Me llamaron a ocupar el puesto en pocos dias y con tan sòlo trece años tuve mi primer empleo, de cuatro horas diarias, para realizar mandados, atender el telèfono, tomar pedidos, escribir a màquina notas y circulares o cartas breves. La retribuciòn era de doscientos cincuenta pesos mensuales.

Recuerdo cuando cobrè mi primer sueldo, comprè una màquina para fotos Gevaert para mi padre, un perfume en lujoso estuche para mamà y una bandeja de masas y gaseosas para compartir con mis hermanos. Aquella tarde en mi casa hubo una pequeña fiesta.

La oficina estaba en la recepciòn, luego la sala de tipografia, con muchas màquinas, donde se editaban libros, revistas y periòdicos, y en el fondo el taller de carpinterìa de mi padre. Era un lindo grupo de gente amiga que respetaban mucho a mi papà a quien apodaban cariñosamente "el almirante" por su tarea en los astilleros navales. Mis primeros colegas: Osvaldo el encargado de la guillotina, Romel el joven judìo linotipista, don Ceppi el Jefe de Taller, y dos o tres màs cuyos nombres no recuerdo, para ellos yo era "la niña", como me decia don Luis Benavente, el dueño, con simpàtico acento chileno.

A medida que pasaban los dias me iba afirmando en mi puesto y antes de que terminara el verano ya me encomendaban retirar del Banco el dinero para pagar las quincenas, extender los recibos con mi linda letra cursiva y realizar otras tareas de responsabilidad.
Cuando llegò marzo finalizò mi contrato de trabajo; continuaba mis estudios e ingresaba en segundo año.

Junto con el ùltimo sueldo llegaron los regalos, un libro de poesìas "El copihuè", nombre de la flor nacional de Chile, otro de cuentos policiales, "El asesino cuenta el cuento", y hasta un brindis, sin alcohol por supuesto, con masas finas, para despedirme. Mi primera experiencia laboral fue maravillosa y dejò en mi muy buenos recuerdos.

La pràctica como secretaria me permitirìa cursar las materias comerciales con mayor facilidad; ademàs habìa formado un fondo para comprar mis libros y ùtiles. Un aporte a la economìa hogareña y una experiencia valiosa, fuente de alegrìa y generadora de proyectos.

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