A veces la memoria se abre como un calidoscopio en múltiples imágenes, figuras, y colores; basta con un suave movimiento que la sacuda.
Escribí sobre una visita al barrio de mi niñez luego de muchos años de ausencia, el reencuentro con amigos y vecinos. Un fiel seguidor de mi blog, mi hijo Carlos, agregó un comentario como testigo de aquella circunstancia y se abrió el calidoscopio. Entonces los recuerdos se desgranaron como perlas.Los negocios del barrio: hacia la calle México, pegada a mi casa, la librería de Carlos Cotello; un poco más allá el bar de Manolo, luego el almacén, el distribuidor de galletitas, la lechería La Martona, hacia la calle Venezuela estaban la verdulería de los italianos, la boutique de Madame, una distinguida dama francesa que vendía sombreros para señoras, y a la vuelta la panadería de don Juan. De cada negocio tengo alguna anécdota. Mamà no nos dejaba salir solas, siempre en dúo con mi hermanita Lola.
Carlos me comenta que cuando él me acompañó visitamos la verdulería de la cuadra; el antiguo propietario había muerto y ahora estaba el hijo. Yo recordaba cuando íbamos a veces con mi madre y mi hermana a comprar fruta, o vino Crespi blanco dulce, sólo si teníamos invitados especiales para el almuerzo; ella evitaba esas compras de último momento, prefería los puestos del Mercado San Telmo en la calle Estados Unidos, decía que los vecinos eran “careros”.
En una oportunidad fuimos las tres. Mamà adquirió algo para preparar una ensalada, o papas. Fruta no, estaba muy cara; al llegar a casa observó que Lola tenía en sus manos un hermoso durazno; luego de intentos inútiles para explicar la posesión del mismo no tuvo otra opción que confesar: lo había sustraído! Seguramente no pudo vencer la tentación cuando pasó junto al cajón que exhibía el fruto dorado y perfumado. Después de una reprimenda, sin esperar ni un minuto más, mi madre dijo con voz imperativa: “Ahora va y le devuelve el durazno al verdulero y le pide disculpas”, cuando aplicaba disciplina nos trataba de usted, “Y vos Chola –era mi sobrenombre familiar– la acompañas”. Cuesta poco imaginarse el bochorno de ambas. El comerciante nos atendió gentilmente, no nos reprochó y comentó con los otros clientes: “Así se educa un hijo!”
Una lección inolvidable para ambas. Mi hermana tendría tres años, yo cinco.
De mi madre recuerdo que no nos aplicaba castigos físicos, pero era muy exigente con la conducta. No nos permitía mentiras ni trampas de ningún tipo. Nos obligaba a ser responsables desde muy pequeñas. En el barrio era para todos Doña Amalia, respetada y querida, nadie podía decir que sus hijos eran maleducados, aunque Lola era un poco traviesa, cosa que compensaba con su simpatía y la belleza de sus grandes ojos verdes. Yo era la mayor, un poco mamita, respondía por las dos, menudo trabajo!
viernes, 26 de febrero de 2010
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