El primer año en la escuela secundaria fue rico en experiencias y apredizajes. Eran siete divisiones de treinta y cinco o màs alumnas. En el turno mañana funcionaba la Escuela Nacional de Comercio N°5 Gral. San Martin, para varones, y en el de la tarde la Escuela Nacional de Comercio N°6 para Señoritas. El edificio, de dos plantas, estaba ubicado en la calle Belgrano al 2.200, casi esquina Pichincha, en el barrio Once.
En mi aula eramos cuarenta y cuatro alumnas. El plan de estudios tenìa como objetivo preparar a las estudiantes de modo tal que al llegar a tercer año pudieran ejercer trabajos de Secretaria en empresas comerciales; asì tenìamos Mecanografìa, Estenografìa y Contabilidad como materias pràcticas.
Cuando finalicè el primer año mi padre me presentò a un amigo, propietario de la imprenta Chile quien necesitaba una cadeta para su empresa. Me llamaron a ocupar el puesto en pocos dias y con tan sòlo trece años tuve mi primer empleo, de cuatro horas diarias, para realizar mandados, atender el telèfono, tomar pedidos, escribir a màquina notas y circulares o cartas breves. La retribuciòn era de doscientos cincuenta pesos mensuales.
Recuerdo cuando cobrè mi primer sueldo, comprè una màquina para fotos Gevaert para mi padre, un perfume en lujoso estuche para mamà y una bandeja de masas y gaseosas para compartir con mis hermanos. Aquella tarde en mi casa hubo una pequeña fiesta.
La oficina estaba en la recepciòn, luego la sala de tipografia, con muchas màquinas, donde se editaban libros, revistas y periòdicos, y en el fondo el taller de carpinterìa de mi padre. Era un lindo grupo de gente amiga que respetaban mucho a mi papà a quien apodaban cariñosamente "el almirante" por su tarea en los astilleros navales. Mis primeros colegas: Osvaldo el encargado de la guillotina, Romel el joven judìo linotipista, don Ceppi el Jefe de Taller, y dos o tres màs cuyos nombres no recuerdo, para ellos yo era "la niña", como me decia don Luis Benavente, el dueño, con simpàtico acento chileno.
A medida que pasaban los dias me iba afirmando en mi puesto y antes de que terminara el verano ya me encomendaban retirar del Banco el dinero para pagar las quincenas, extender los recibos con mi linda letra cursiva y realizar otras tareas de responsabilidad.
Cuando llegò marzo finalizò mi contrato de trabajo; continuaba mis estudios e ingresaba en segundo año.
Junto con el ùltimo sueldo llegaron los regalos, un libro de poesìas "El copihuè", nombre de la flor nacional de Chile, otro de cuentos policiales, "El asesino cuenta el cuento", y hasta un brindis, sin alcohol por supuesto, con masas finas, para despedirme. Mi primera experiencia laboral fue maravillosa y dejò en mi muy buenos recuerdos.
La pràctica como secretaria me permitirìa cursar las materias comerciales con mayor facilidad; ademàs habìa formado un fondo para comprar mis libros y ùtiles. Un aporte a la economìa hogareña y una experiencia valiosa, fuente de alegrìa y generadora de proyectos.
lunes, 26 de abril de 2010
sábado, 24 de abril de 2010
Una decisión importante
Desde pequeña buscaba y necesitaba tener frente a mí personas admiradas y amadas para imitar o para seguir; creo que es igual para todos los niños. Cuando veo a mis nietos inmersos en la pantalla del televisor o de la computadora, me preocupa la sospecha de una carencia en ese sentido en sus vidas. Un mundo virtual con personajes dibujados o imaginarios, tipo Harry Potter o algún otro mago que acaparan la atención de los jóvenes, poco o nada para imitar. Por suerte aún quedan algunos maestros, a pesar de las clases online, y los padres quizás cuentan con algún tiempo para los chicos, siempre y cuando no estén a la vez absorbidos por la pasión de Internet o el Facebook. Bueno... no todo es tan trágico, los tiempos cambian y ahora también los "over ..." pasamos largas horas en el mundo virtual, pero siempre queda amor para compartir.
Quiénes eran nuestros héroes? Tarzán, en el cine o a través de la radio, escuchando sus aventuras en la selva junto a Juana, saltando de árbol en árbol mediante las lianas con la mona Chita, mientras tomábamos la merienda al regresar de la escuela, una gran taza de leche caliente con Toddy, nadie pensaba en las calorías, todos queríamos ser fuertes como Tarzán! tal como prometìa la publicidad de la empresa que patrocinaba el programa diario.
Los jueves papá traía el Billiken, y una vez a la semana disfrutábamos de alguna revista de aventuras, con el rubio Flash Gordon o el misterioso Mandrake; otro héroe inolvidable era Superman, varios amiguitos se dieron de narices en el suelo tratando de volar como él.
Claro que también estaban los modelos reales para imitar, y para mí nadie tan digno de admiración como mi maestra, la señorita Carmen, que sabía TODO, y además era linda y buena. O la maestra de sexto grado, que nos hacía estudiar casi de memoria los relatos de la mitología griega y de vez en cuando nos invitaba a su casa, en grupos de dos o tres, y nos servía el té en maravillosas tacitas de porcelana, mientras saboreábamos delicadas masas cubiertas de azucarado fondant color rosa, escuchando música clásica. Yo la miraba y pensaba: "Quisiera ser como ella". Inteligente y hermosa.
Tal vez por eso cuando terminaba el ciclo primario ya había decidido que quería ser maestra. Mi madre respetaba mi decisión y me acompañaba en los trámites de inscripción en la Escuela Normal del barrio; ya tenía la fecha del exámen de ingreso muy próxima cuando me enteré de los temas que debía aprobar, me preparaba sola en Castellano, mi padre habia contratado un joven estudiante del barrio para que me enseñara algunos puntos en los que andaba floja, como la regla de tres en Matemática.
Todo estaba listo. Una tarde vino a visitarnos mi prima Berta, ella era Perito Mercantil, había egresado hacía poco de la secundaria con el título y ya trabajaba exitosamente en una empresa importante. Me aconsejó cambiar de escuela, ingresar en un Comercial, la convenció también a mi mamá; era una carrera con mejor salida laboral que el magisterio y me daría la oportunidad de seguir estudios universitarios de Economía o Derecho.
Así decidí inscribirme en la Escuela Nacional de Comercio N°6 para Señoritas, del barrio Once. Toda la familia apoyó el cambio. Pocos días después aprobé el exámen de ingreso y en el mes de marzo de 1951 comencé los estudios secundarios que me permitirían obtener el título de Perito Mercantil Nacional luego de cinco años.
Fue un tiempo de esfuerzos, de dedicación y disciplina. Allí tenìa muchos modelos para seguir, tantos maestros y profesores para admirar y amar. La materias preferidas eran Matemática, Contabilidad, Caligrafia y Dibujo, y... bueno, todas. Durante los cinco años mi nombre estuvo siempre en el Cuadro de honor, aprobando todas las materias con buenas notas, con conducta excelente y pocas inasistencias. Un tiempo de importantes experiencias tanto en el estudio como en mi desarrollo personal. Siempre acompañada por mi hermana y mis padres. Puedo decir que la adolescencia pasó velozmente sin tanto adolescer. Sólo lo necesario para vivir con normalidad una de las etapas más lindas de mi vida.
Quiénes eran nuestros héroes? Tarzán, en el cine o a través de la radio, escuchando sus aventuras en la selva junto a Juana, saltando de árbol en árbol mediante las lianas con la mona Chita, mientras tomábamos la merienda al regresar de la escuela, una gran taza de leche caliente con Toddy, nadie pensaba en las calorías, todos queríamos ser fuertes como Tarzán! tal como prometìa la publicidad de la empresa que patrocinaba el programa diario.
Los jueves papá traía el Billiken, y una vez a la semana disfrutábamos de alguna revista de aventuras, con el rubio Flash Gordon o el misterioso Mandrake; otro héroe inolvidable era Superman, varios amiguitos se dieron de narices en el suelo tratando de volar como él.
Claro que también estaban los modelos reales para imitar, y para mí nadie tan digno de admiración como mi maestra, la señorita Carmen, que sabía TODO, y además era linda y buena. O la maestra de sexto grado, que nos hacía estudiar casi de memoria los relatos de la mitología griega y de vez en cuando nos invitaba a su casa, en grupos de dos o tres, y nos servía el té en maravillosas tacitas de porcelana, mientras saboreábamos delicadas masas cubiertas de azucarado fondant color rosa, escuchando música clásica. Yo la miraba y pensaba: "Quisiera ser como ella". Inteligente y hermosa.
Tal vez por eso cuando terminaba el ciclo primario ya había decidido que quería ser maestra. Mi madre respetaba mi decisión y me acompañaba en los trámites de inscripción en la Escuela Normal del barrio; ya tenía la fecha del exámen de ingreso muy próxima cuando me enteré de los temas que debía aprobar, me preparaba sola en Castellano, mi padre habia contratado un joven estudiante del barrio para que me enseñara algunos puntos en los que andaba floja, como la regla de tres en Matemática.
Todo estaba listo. Una tarde vino a visitarnos mi prima Berta, ella era Perito Mercantil, había egresado hacía poco de la secundaria con el título y ya trabajaba exitosamente en una empresa importante. Me aconsejó cambiar de escuela, ingresar en un Comercial, la convenció también a mi mamá; era una carrera con mejor salida laboral que el magisterio y me daría la oportunidad de seguir estudios universitarios de Economía o Derecho.
Así decidí inscribirme en la Escuela Nacional de Comercio N°6 para Señoritas, del barrio Once. Toda la familia apoyó el cambio. Pocos días después aprobé el exámen de ingreso y en el mes de marzo de 1951 comencé los estudios secundarios que me permitirían obtener el título de Perito Mercantil Nacional luego de cinco años.
Fue un tiempo de esfuerzos, de dedicación y disciplina. Allí tenìa muchos modelos para seguir, tantos maestros y profesores para admirar y amar. La materias preferidas eran Matemática, Contabilidad, Caligrafia y Dibujo, y... bueno, todas. Durante los cinco años mi nombre estuvo siempre en el Cuadro de honor, aprobando todas las materias con buenas notas, con conducta excelente y pocas inasistencias. Un tiempo de importantes experiencias tanto en el estudio como en mi desarrollo personal. Siempre acompañada por mi hermana y mis padres. Puedo decir que la adolescencia pasó velozmente sin tanto adolescer. Sólo lo necesario para vivir con normalidad una de las etapas más lindas de mi vida.
domingo, 18 de abril de 2010
Vacaciones
Cuando niña esperaba junto a mi hermana la llegada del verano, el fin de clases, porque ello significaba la posibilidad de visitar a los primos del campo. Entonces venía tío Ezio a buscarnos. Después de preparar nuestras valijas mamá nos despedía con la promesa de que pronto se nos uniría en la aventura junto a mis hermanos menores.
A las cinco de la mañana partía el tren desde Retiro, era la linea del F.G.B.M. como ponía mamá con grandes letras cursivas en los sobres de las cartas que enviaba a sus hermanas, o sea el Ferrocarril General Bartolomé Mitre, que unía la Capital Federal con la ciudad de Córdoba.
A las diez llegábamos a Colón. El edificio de la estación, hoy transformado en Museo, era de estilo inglés, paredes de ladrillo visto, techo de tejas. Nos esperaba tía Magdalena con el sulky atado bajo la arboleda, guiado por un hermoso alazán ,"El Nene". Poco después el carruaje, liviano, con asiento y grandes ruedas de madera, cruzaba las últimas calles de la pequeña ciudad y enfilaba velozmente hacia el campo. Aún me parece oir el golpear de los cascos del animal sobre los adoquines de la calzada; por los altavoces, colgados de los árboles perfilados en las anchas veredas, la radio local transmitía música popular. A pocas cuadras comenzaba la zona de las quintas, con calles de tierra prolijamente regadas por el carro municipal que pasaba continuamente. Todo lucía limpio y brillante, podíamos sentir el perfume de las plantas mientras contemplábamos el cielo de un azul increíble. Para nosotras aquello era el Paraíso. El sol nos daba de pleno en la cara y el suave viento nos despeinaba las trenzas que con tanto esmero había peinado nuestra madre. Ahora la ciudad nos parecía muy lejana, nos separaban trescientos kilómetros pero a mi hermana y a mí nos parecía que estábamos en otro planeta.
Nos divertía mucho sentir los chasquidos del largo y fino látigo que apenas tocaba al Nene, los gritos que daba el tío para azuzar al animal y todo ese despliegue de habilidades mientras se sentían ciertos olores que no nos disgustaban a pesar de corresponder al sudor o algún otro efluvio equino. Tal vez porque los olores se mezclaban y ganaba el del pasto de las cunetas o del maíz que crecía junto al camino. De vez en cuando una liebre cruzaba delante del sulky o alguna perdiz se levantaba con un silbido asustando al caballo, el tío lo contenía con el freno, por temor a que se desbocara.
El animal cambiaba el galope por un trote suave y acompasado, ya se avistaba la casa.
Junto a la tranquera nos esperaban ansiosamente los primos. La fiesta comenzaba. Lejos había quedado el departamento ciudadano, que ahora nos parecía tan pequeño. Las calles pavimentadas, el tranvía, las escaleras, las vidrieras de los negocios del barrio, la Biblioteca, la parroquia, la escuela, todo gris y aburrido en comparación con tanto sol, flores, plantas y animales. Recorríamos felices los alrededores de la casona, visitando el corral de las gallinas, de las vacas, de los caballos. Los tíos tenían un criadero de cerdos, y algunas hectáreas con cereal. Criaban también conejos, pollos y pavos.
Llegaba la noche, la tía nos bañaba en un gran fuentón con agua tibia y jabón perfumado. Las habitaciones se iluminaban con lámparas a querosene. Cenábamos alrededor de una larga mesa en una cocina muy espaciosa, papas y huevos fritos, de postre uvas recogidas ese mismo día del gran parral que hacía las veces de galería y luego... a la cama! El sueño llegaba rápido, había sido un día vivido a pleno. Mañana nos esperaban nuevas aventuras.
A las cinco de la mañana partía el tren desde Retiro, era la linea del F.G.B.M. como ponía mamá con grandes letras cursivas en los sobres de las cartas que enviaba a sus hermanas, o sea el Ferrocarril General Bartolomé Mitre, que unía la Capital Federal con la ciudad de Córdoba.
A las diez llegábamos a Colón. El edificio de la estación, hoy transformado en Museo, era de estilo inglés, paredes de ladrillo visto, techo de tejas. Nos esperaba tía Magdalena con el sulky atado bajo la arboleda, guiado por un hermoso alazán ,"El Nene". Poco después el carruaje, liviano, con asiento y grandes ruedas de madera, cruzaba las últimas calles de la pequeña ciudad y enfilaba velozmente hacia el campo. Aún me parece oir el golpear de los cascos del animal sobre los adoquines de la calzada; por los altavoces, colgados de los árboles perfilados en las anchas veredas, la radio local transmitía música popular. A pocas cuadras comenzaba la zona de las quintas, con calles de tierra prolijamente regadas por el carro municipal que pasaba continuamente. Todo lucía limpio y brillante, podíamos sentir el perfume de las plantas mientras contemplábamos el cielo de un azul increíble. Para nosotras aquello era el Paraíso. El sol nos daba de pleno en la cara y el suave viento nos despeinaba las trenzas que con tanto esmero había peinado nuestra madre. Ahora la ciudad nos parecía muy lejana, nos separaban trescientos kilómetros pero a mi hermana y a mí nos parecía que estábamos en otro planeta.
Nos divertía mucho sentir los chasquidos del largo y fino látigo que apenas tocaba al Nene, los gritos que daba el tío para azuzar al animal y todo ese despliegue de habilidades mientras se sentían ciertos olores que no nos disgustaban a pesar de corresponder al sudor o algún otro efluvio equino. Tal vez porque los olores se mezclaban y ganaba el del pasto de las cunetas o del maíz que crecía junto al camino. De vez en cuando una liebre cruzaba delante del sulky o alguna perdiz se levantaba con un silbido asustando al caballo, el tío lo contenía con el freno, por temor a que se desbocara.
El animal cambiaba el galope por un trote suave y acompasado, ya se avistaba la casa.
Junto a la tranquera nos esperaban ansiosamente los primos. La fiesta comenzaba. Lejos había quedado el departamento ciudadano, que ahora nos parecía tan pequeño. Las calles pavimentadas, el tranvía, las escaleras, las vidrieras de los negocios del barrio, la Biblioteca, la parroquia, la escuela, todo gris y aburrido en comparación con tanto sol, flores, plantas y animales. Recorríamos felices los alrededores de la casona, visitando el corral de las gallinas, de las vacas, de los caballos. Los tíos tenían un criadero de cerdos, y algunas hectáreas con cereal. Criaban también conejos, pollos y pavos.
Llegaba la noche, la tía nos bañaba en un gran fuentón con agua tibia y jabón perfumado. Las habitaciones se iluminaban con lámparas a querosene. Cenábamos alrededor de una larga mesa en una cocina muy espaciosa, papas y huevos fritos, de postre uvas recogidas ese mismo día del gran parral que hacía las veces de galería y luego... a la cama! El sueño llegaba rápido, había sido un día vivido a pleno. Mañana nos esperaban nuevas aventuras.
miércoles, 14 de abril de 2010
Un argentino ilustre
Cuando adolescente pasaba muchas horas en la Biblioteca Nacional. Una tarde, llegando casi a la entrada, vi avanzar en dirección contraria a un anciano alto, de aspecto distinguido, con un bastón; entró un poco antes que yo. Había en él algo que lo hacía imponente a pesar de su aspecto frágil; pregunté a la recepcionista de quien se trataba, me contestó: es el director de la biblioteca, el señor Jorge Borges. Así conocí a uno de los escritores argentinos más famosos del siglo.
En esos tiempos no había internet, ni computadoras, ni siquiera fotocopiadoras. En la espaciosa sala de lectura general los lectores apoyaban sus libros en anaqueles lustrados o en largas mesas de roble muy bien iluminadas con luces individuales. El silencio era absoluto. Los estudiantes tomaban apuntes escribiendo velozmente con bolígrafos o lápices; los profesionales tal vez usaban lapiceras fuente. De vez en cuando se oía un suave carraspeo. Algunos más jóvenes cuchicheaban en un rincón.
No había ventanales pero se respiraba un aire límpido, por supuesto nadie fumaba; el lugar era muy alto con un techo abovedado cubierto de frescos y obras escultóricas que alternaban con vitreaux artísticos de colores. Cada tanto pendía una araña de bronce con innumerables lámparas de cristal siempre encendidas. Las paredes estaban cubiertas de libros ordenados en prolijas estanterías a las que se accedía a través de angostos pasillos protejidos por sólidas barandas, subiendo por angostas escaleras. Por allí se movían sólo los bibliotecarios para satisfacer algun pedido de los lectores. Al final del salón se recibían las solicitudes, llenando un formulario con los datos y firmando la responsabilidad de cuidar de los elementos y libros prestados, a cambio de una tarjeta con un número; luego había que buscar ubicación y esperar en silencio, a veces varios minutos, hasta que por un alambre o hilo suspendido sobre el mostrador de los pedidos corrían varios cartelitos con números. Si aparecía el mío podia retirarlo, se me indicaba entonces el tiempo de devolución. Todo sin hablar. A nadie se le ocurría hacer preguntas o protestar. La palabra del empleado era sacrosanta, el ambiente también.
La mayoría de las veces pedía textos de estudio, raramente alguna enciclopedia. Si me sobraba tiempo, luego de haber copiado la lección, pedía una novela, un libro de poesias o una obra clásica de la mitología griega. Sólo para leerlo allí, no me animaba a llevarlo a casa, por temor a que mis hermanitos lo estropearan. Siempre pensaba lo mismo, por qué tantas contradicciones entre los autores o filósofos? Seguía leyendo, buscando algo que tal vez no existía, un libro que contuviera todas las respuestas, sin contradicciones. Claro que sería muy grande y pesado... tal vez en varios tomos, dónde estaba?
Pasaron muchos años hasta que encontré El libro. Pero fue bueno que así sucediera porque fueron años de formación, de estudio, de investigación, que me permitieron crecer y madurar disfrutando de la buena lectura. Eran tiempos sin televisión!
domingo, 11 de abril de 2010
El Libro
Esa tarde estaba sentada a la puerta de mi casa, con la pierna inmovilizada por el yeso, conteniendo las lágrimas ante la impotencia de moverme libremente. Me sentía sola y angustiada frente al problema de la limitación física, pensando como nunca en todos los interrogantes y en la necesidad imperiosa de buscar una respuesta que calmara mis inquietudes espirituales y fuera una guía para seguir viviendo, para alcanzar la paz interior que tanto anhelaba.
Vi avanzar a un joven que conocía por haber sido alumno y luego empleado administrativo en la empresa. Se detuvo junto a mí, se interesó por mi salud, yo le pregunté sobre su nuevo empleo en un Banco, charlamos un rato y luego me dijo que había iniciado una nueva actividad entrando en un grupo religioso donde estudiaba la Biblia; me pareció algo muy interesante, entonces me preguntó si la había leído o si me interesaría leerla. Había estudiado algunas partes en la escuela secundaria, el Pentateuco y los Evangelios, sin entender que formaran parte de un libro tan importante. Sí, me gustaría leer la Biblia. Se despidió prometiendo traerme un ejemplar a la brevedad.
Algunos días después celebrábamos en casa el segundo cumpleaños de mi hija Ana. Globos y guirnaldas de colores, música y juegos con toda la familia y los chicos del barrio. Entonces llegó Alfredo con un regalo para mí: un ejemplar de la Biblia. Se lo agradecí y lo guardé. Esa misma noche comencé la lectura, Adán, Eva, el Paraíso... no, aquellas historias míticas no me interesaban, además no lo entendía. Al día siguiente pasó otra vez para preguntarme sobre el curso de la lectura, amablemente intenté devolvérselo aduciendo que no comprendía nada. En ese momento no creía que considerar el libro sacro agregara ni quitara nada a mi vida, otras cuestiones que juzgaba más importantes ocupaban mi mente y mi tiempo. El muchacho insistió, "le mandarè unos amigos que gustosamente le explicarán el contenido y ya verá usted como le agradará", casi por compromiso acepté.
No pasó mucho y ya tenía la visita de una joven muy simpática, Lina, que me guió en el estudio. Entonces, poco a poco, fui hallando las respuestas a las preguntas que me hacía desde la niñez, el origen de la vida, la existencia de un Creador, su nombre, el propósito de mi propia existencia. Ahora entendía el porqué de aquella visión premonitoria. No era la garantía del fin de mis problemas, pero era algo que le daba un sentido a mi vida, a mis "lágrimas y sonrisas".
miércoles, 7 de abril de 2010
Caminando voy
Caminando... subiendo, andando. A veces sucedía que las vicisitudes de la vida pesaban demasiado y debía hacer una parada para frenar el ímpetu de la búsqueda; otros requerimientos impostergables detenían por un tiempo el andar inquieto tras las respuestas espirituales: la profesión, la empresa familiar, los hijos.
Mis treinta y cinco años marcaron un hito en mi vida; había alcanzado algunas metas propuestas en la adolescencia, tales como una carrera docente, el matrimonio, la formación de una familia, cierto bienestar económico. Sin embargo, cuando parecía encaminarme a una serena adultez, comenzó una etapa gris, de crisis conyugal, del quebrantamiento de una felicidad que hasta ese momento parecía inamovible. Y todo se precipitó cuando sufrí un accidente doméstico que me inmovilizó por un tiempo, algo inusual para mí, acostumbrada a una hiperactividad laboral y familiar. Desde ya la casa y la empresa funcionaban igual sin mí, me reemplazaban en parte parientes, amigos y empleados. Pero yo no me resignaba. Un pensamiento me sacudía el alma.
Estando en la mesa de operaciones, cuando el médico intervenía mi tobillo fracturado, tal vez por efecto de la anestesia, en un momento tuve un sueño o una visión terrible: alguien, vestido con una larga túnica blanca venía a buscarme, me tomaba de una mano y me llevaba consigo ascendiendo a través de un sendero luminoso hasta el espacio; de pronto explotaba una nube blanca y se abría el cielo, y oía una voz que exclamaba: DIOS!!, inmediatamente una gran paz inundaba mi ser y sentía una felicidad tremenda. Luego alguien me decía: "Debemos volver, aún te necesitan". Más tarde me desperté en la cama de un sanatorio, unas enfermeras me observaban y hablaban entre sí.
El recuerdo de aquella visión había cambiado mi vida. Más que un sueño fue una revelación; en ese momento yo entendí que todas las creencias sostenidas hasta ese día, las doctrinas, así como las teorías científicas y filosóficas consideradas eran falsas, no contenían la respuesta que yo anhelaba en cuanto al origen y la finalidad de la vida y la existencia de un Ser supremo. Ahora, más que nunca, debía reiniciar la búsqueda. Estaba otra vez en el camino.
jueves, 1 de abril de 2010
Otro escalón
Cierta vez le pregunté a un amigo el porqué de los errores que cometí buscando respuestas que le dieran un objetivo y una meta a mi vida, ese ir y venir, ese recorrido infructuoso en una búsqueda que a veces me parecía vana; él me contestó muy sabiamente con pocas palabras: no son equivocaciones, ni errores, son escalones que la van llevando a un resultado positivo para su vida.
Relataba en otro artículo de mi blog de aquella necesidad que me empujaba a investigar, buscando la respuesta a las preguntas que me inquietaban desde niña sobre el origen y la finalidad de la vida, de todos los seres y especialmente de mí misma. Mis primeros pasos en la iglesia católica, el catecismo en la parroquia del barrio, las visitas a los curanderos y adivinos. Con escasos y pobres resultados.
También mi madre y mi hermana andaban el mismo camino. Un dia llegó a casa una invitación para una reunión en un centro de estudios religiosos, una escuela científica cristiana. Durante un tiempo nos relacionamos con el grupo sintiéndonos felices al comprobar que era gente amable, comprensiva, dispuesta al parecer a escucharnos y con una mensaje que podia ser la respuesta que diera satisfacción a las necesidades espirituales que nos habian llevado a ellos. Sin embargo duró poco la ilusión; lo que al principio parecían ser reuniones para escuchar meditaciones filosóficas sobre la existencia de Dios, para rogar a ese ser supremo y tratar de interpretar la voluntad divina para cada uno y para la humanidad, terminó por ser una convocación a espíritus de muertos y comunicación con el más allá, simplemente se trataba de un culto espiritista.
Salimos casi corriendo, despavoridas y horrorizadas. Con un miedo que más adelante entenderíamos era un temor a nuestro Creador. Había sido un camino equivocado? o un escalón más hacia la meta? Poco después un hecho fortuito me ayudó a dar otro paso, esta vez con mejores resultados hacia la paz interior.
Relataba en otro artículo de mi blog de aquella necesidad que me empujaba a investigar, buscando la respuesta a las preguntas que me inquietaban desde niña sobre el origen y la finalidad de la vida, de todos los seres y especialmente de mí misma. Mis primeros pasos en la iglesia católica, el catecismo en la parroquia del barrio, las visitas a los curanderos y adivinos. Con escasos y pobres resultados.
También mi madre y mi hermana andaban el mismo camino. Un dia llegó a casa una invitación para una reunión en un centro de estudios religiosos, una escuela científica cristiana. Durante un tiempo nos relacionamos con el grupo sintiéndonos felices al comprobar que era gente amable, comprensiva, dispuesta al parecer a escucharnos y con una mensaje que podia ser la respuesta que diera satisfacción a las necesidades espirituales que nos habian llevado a ellos. Sin embargo duró poco la ilusión; lo que al principio parecían ser reuniones para escuchar meditaciones filosóficas sobre la existencia de Dios, para rogar a ese ser supremo y tratar de interpretar la voluntad divina para cada uno y para la humanidad, terminó por ser una convocación a espíritus de muertos y comunicación con el más allá, simplemente se trataba de un culto espiritista.
Salimos casi corriendo, despavoridas y horrorizadas. Con un miedo que más adelante entenderíamos era un temor a nuestro Creador. Había sido un camino equivocado? o un escalón más hacia la meta? Poco después un hecho fortuito me ayudó a dar otro paso, esta vez con mejores resultados hacia la paz interior.
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