Desde pequeña buscaba y necesitaba tener frente a mí personas admiradas y amadas para imitar o para seguir; creo que es igual para todos los niños. Cuando veo a mis nietos inmersos en la pantalla del televisor o de la computadora, me preocupa la sospecha de una carencia en ese sentido en sus vidas. Un mundo virtual con personajes dibujados o imaginarios, tipo Harry Potter o algún otro mago que acaparan la atención de los jóvenes, poco o nada para imitar. Por suerte aún quedan algunos maestros, a pesar de las clases online, y los padres quizás cuentan con algún tiempo para los chicos, siempre y cuando no estén a la vez absorbidos por la pasión de Internet o el Facebook. Bueno... no todo es tan trágico, los tiempos cambian y ahora también los "over ..." pasamos largas horas en el mundo virtual, pero siempre queda amor para compartir.
Quiénes eran nuestros héroes? Tarzán, en el cine o a través de la radio, escuchando sus aventuras en la selva junto a Juana, saltando de árbol en árbol mediante las lianas con la mona Chita, mientras tomábamos la merienda al regresar de la escuela, una gran taza de leche caliente con Toddy, nadie pensaba en las calorías, todos queríamos ser fuertes como Tarzán! tal como prometìa la publicidad de la empresa que patrocinaba el programa diario.
Los jueves papá traía el Billiken, y una vez a la semana disfrutábamos de alguna revista de aventuras, con el rubio Flash Gordon o el misterioso Mandrake; otro héroe inolvidable era Superman, varios amiguitos se dieron de narices en el suelo tratando de volar como él.
Claro que también estaban los modelos reales para imitar, y para mí nadie tan digno de admiración como mi maestra, la señorita Carmen, que sabía TODO, y además era linda y buena. O la maestra de sexto grado, que nos hacía estudiar casi de memoria los relatos de la mitología griega y de vez en cuando nos invitaba a su casa, en grupos de dos o tres, y nos servía el té en maravillosas tacitas de porcelana, mientras saboreábamos delicadas masas cubiertas de azucarado fondant color rosa, escuchando música clásica. Yo la miraba y pensaba: "Quisiera ser como ella". Inteligente y hermosa.
Tal vez por eso cuando terminaba el ciclo primario ya había decidido que quería ser maestra. Mi madre respetaba mi decisión y me acompañaba en los trámites de inscripción en la Escuela Normal del barrio; ya tenía la fecha del exámen de ingreso muy próxima cuando me enteré de los temas que debía aprobar, me preparaba sola en Castellano, mi padre habia contratado un joven estudiante del barrio para que me enseñara algunos puntos en los que andaba floja, como la regla de tres en Matemática.
Todo estaba listo. Una tarde vino a visitarnos mi prima Berta, ella era Perito Mercantil, había egresado hacía poco de la secundaria con el título y ya trabajaba exitosamente en una empresa importante. Me aconsejó cambiar de escuela, ingresar en un Comercial, la convenció también a mi mamá; era una carrera con mejor salida laboral que el magisterio y me daría la oportunidad de seguir estudios universitarios de Economía o Derecho.
Así decidí inscribirme en la Escuela Nacional de Comercio N°6 para Señoritas, del barrio Once. Toda la familia apoyó el cambio. Pocos días después aprobé el exámen de ingreso y en el mes de marzo de 1951 comencé los estudios secundarios que me permitirían obtener el título de Perito Mercantil Nacional luego de cinco años.
Fue un tiempo de esfuerzos, de dedicación y disciplina. Allí tenìa muchos modelos para seguir, tantos maestros y profesores para admirar y amar. La materias preferidas eran Matemática, Contabilidad, Caligrafia y Dibujo, y... bueno, todas. Durante los cinco años mi nombre estuvo siempre en el Cuadro de honor, aprobando todas las materias con buenas notas, con conducta excelente y pocas inasistencias. Un tiempo de importantes experiencias tanto en el estudio como en mi desarrollo personal. Siempre acompañada por mi hermana y mis padres. Puedo decir que la adolescencia pasó velozmente sin tanto adolescer. Sólo lo necesario para vivir con normalidad una de las etapas más lindas de mi vida.
sábado, 24 de abril de 2010
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