domingo, 11 de abril de 2010
El Libro
Esa tarde estaba sentada a la puerta de mi casa, con la pierna inmovilizada por el yeso, conteniendo las lágrimas ante la impotencia de moverme libremente. Me sentía sola y angustiada frente al problema de la limitación física, pensando como nunca en todos los interrogantes y en la necesidad imperiosa de buscar una respuesta que calmara mis inquietudes espirituales y fuera una guía para seguir viviendo, para alcanzar la paz interior que tanto anhelaba.
Vi avanzar a un joven que conocía por haber sido alumno y luego empleado administrativo en la empresa. Se detuvo junto a mí, se interesó por mi salud, yo le pregunté sobre su nuevo empleo en un Banco, charlamos un rato y luego me dijo que había iniciado una nueva actividad entrando en un grupo religioso donde estudiaba la Biblia; me pareció algo muy interesante, entonces me preguntó si la había leído o si me interesaría leerla. Había estudiado algunas partes en la escuela secundaria, el Pentateuco y los Evangelios, sin entender que formaran parte de un libro tan importante. Sí, me gustaría leer la Biblia. Se despidió prometiendo traerme un ejemplar a la brevedad.
Algunos días después celebrábamos en casa el segundo cumpleaños de mi hija Ana. Globos y guirnaldas de colores, música y juegos con toda la familia y los chicos del barrio. Entonces llegó Alfredo con un regalo para mí: un ejemplar de la Biblia. Se lo agradecí y lo guardé. Esa misma noche comencé la lectura, Adán, Eva, el Paraíso... no, aquellas historias míticas no me interesaban, además no lo entendía. Al día siguiente pasó otra vez para preguntarme sobre el curso de la lectura, amablemente intenté devolvérselo aduciendo que no comprendía nada. En ese momento no creía que considerar el libro sacro agregara ni quitara nada a mi vida, otras cuestiones que juzgaba más importantes ocupaban mi mente y mi tiempo. El muchacho insistió, "le mandarè unos amigos que gustosamente le explicarán el contenido y ya verá usted como le agradará", casi por compromiso acepté.
No pasó mucho y ya tenía la visita de una joven muy simpática, Lina, que me guió en el estudio. Entonces, poco a poco, fui hallando las respuestas a las preguntas que me hacía desde la niñez, el origen de la vida, la existencia de un Creador, su nombre, el propósito de mi propia existencia. Ahora entendía el porqué de aquella visión premonitoria. No era la garantía del fin de mis problemas, pero era algo que le daba un sentido a mi vida, a mis "lágrimas y sonrisas".
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